A viejo Rey abdicado, nuevo Rey nombrado

Siempre he procurado ejercer la imparcialidad, y huir (aunque más de una vez me ha rondado fuertemente la tentación) de toda práctica proselitista.

         Hoy vivimos un día histórico. Hoy ha tenido lugar un hecho que nuestros nietos estudiaran en sus libros de texto. Tras un reinado de 39 años, el rey Juan Carlos I es sustituido por su hijo y heredero del trono, Felipe VI.

         Esta mañana, tomando café en el barecito de barrio que frecuento, he sido atento escuchante de lo que los parroquianos hablaban, con más apasionamiento que calma.

        El primero y principal tema ha sido el sonado fracaso de la selección española de fútbol. Acaloramiento generalizado entre quienes vituperaban, incondicionalmente, a unos jugadores que han ganado para nuestro país una copa del mundo y dos de Europa, y quienes los ensalzaban, incondicionalmente. Lógicamente, como es habitual dentro del “tótum revolutum” hispano, el antagonismo se ha impuesto y ninguno de los dos bandos ha cedido un ápice en sus firmes, cerradas, inflexibles opiniones.

       El segundo tema, discutido con algo menos de acaloramiento ha sido la salida de un rey y la entrada de otro rey.

       División de opiniones. Unos defendían que se votase Monarquía o República. Otros, defendían que gracias a la monarquía nuestro país ha vivido casi cuarenta años de paz y prosperidad.

       No reflejaré aquí todas las opiniones, defensas y condenas que he tenido que escuchar. Sin embargo, por su originalidad, sí reflejaré la exposición que ha hecho un hombre que por el acento, hasta un medio sordo habría podido decir que no era andaluz:

       —Señores, en mi país, los fabricantes enseñan, desde muy temprana edad, a sus hijos, todo sobre sus negocios. Les hacen llevar una carretilla, trabajar en la sección de hilados, en los telares, en la contabilidad y, finalmente, cuando heredan la empresa, saben hacerla funcionar a la perfección y prosperar.

       —¡Eso es enchufismo! —dijo exaltándose uno de sus interlocutores más radicales.

       —Eso es justicia, y todo lo contrario es anarquía.

       Cuando vi que aquello podía terminar en bofetadas, pagué mi café y marché a la calle. El cielo estaba nublado. Las nubes no traían lluvia. Mi abuelo Silvino habría dicho de un día así: “Hoy tenemos un día que ni fu ni fa, no aprovechará a nadie, ya que no tendremos ni lluvia ni sol”.



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