Pobre báscula

Hay días en que, afortunadamente, me levanto sensible, compasivo, animista. Hoy, por ejemplo al entrar en el cuarto de baño he fijado la vista en la báscula digital que tengo allí y con un brillo culpable en la mirada le he pedido perdón por todo lo que la obligo a soportar. La obligo a soportar que mis pies la pisen, a soportar mi considerable peso y, después de una buena comilona mis maldiciones porque me señala un aumento de peso, hecho físico que me contraría considerablemente. Así que hoy le he hablado, le he pedido disculpas y le he hecho una promesa muy firme y solemne:

          —Perdona el abuso que hago de ti. De ahora en adelante solo te pisaré una vez a la semana y voy a seguir desde ahora mismo una buena, estricta dieta, y la seguiré sin hacer trampas.

          Sé que los incrédulos no van a creer lo que voy a revelarles a continuación (allá ellos): La báscula me ha sonreído agradecida. Ya he dicho que me levanté animista.



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