De buen seguro no soy el único padre que se ve sorprendido por las inesperadas reacciones de un hijo. Tino, uno de mis hijos, me trae de cabeza. Habla poco y piensa mucho, algo que recuerdo ?si es que recuerdo bien? molestaba sobremanera al muy vituperado Nerón, por poner un ejemplo antiguo, que éste sin duda lo es.
Viendo fotografías mías, un día Tino descubrió que yo estaba, en mis tiempos universitarios con una guitarra entre mis manos. Mirándome como si lo considerara imposible, me preguntó:
?Papá, ¿tú de joven tocabas la guitarra?
?Sí, y no lo hacía mal del todo. Formaba parte de una tuna y salíamos de ronda.
?¿Y por qué no tocas más la guitarra? ?me dedicó una mueca que significaba ofensiva incredulidad.
?Tuve que dejarlo. Dejarlo porque me llegó la hora de empezar a trabajar, y no pude dedicarle más tiempo. Porque empecé a salir con tu madre y no pude dedicarle más tiempo. Porque viniste al mundo tú y tus hermanos y no pude dedicarle más tiempo.
?Hmmmm ?gruñido que encontré también ofensivo.
?Algún día tú tendrás obligaciones y sabrás lo que es eso ?mosqueado.
?Yo nunca tendré obligaciones ?me aseguró contundente.
?Dichoso de ti.
?Tocar la guitarra, vaya forma tonta de perder el tiempo. Me voy a jugar con la Play-Station ?dijo dejándome enojado y caviloso.
Tres días más tarde, para desconcertarme, algo que consigue con bastante asiduidad, Tino esperó a que yo regresara de mi trabajo para, en cuanto entré en el salón soltarme con los brazos en jarra, gesto que siempre encuentro irrespetuoso y descarado:
?Papá, yo quiero aprender a tocar la guitarra.
?¿Por qué? Creí haberte escuchado decir antes que era una forma tonta de perder el tiempo.
?¿Eso dije?
?Literalmente.
?Bueno, puede ?como si yo no dijera verdad y para eludir un enfrentamiento entre ambos me llevara la corriente?. Si es como dices he cambiado de idea. Todos somos libres de cambiar de idea, ¿o no? ?desafiante.
?Claro, claro ?hay que procurar no traumatizar a los hijos, aconsejan algunos psicólogos?. Pero escucha eso significa tener que comprarte una guitarra, buscarte un profesor… y no estamos para gastos. Por si en la tele solo escuchas lo que te interesa, estamos viviendo una crisis insoportable, ruinosa, criminal…
?Joder…
?Habla bien, niño; que no cuesta dinero ?le reprendí.
?Bueno, me he enterado que hay unos cursillos que organiza el ayuntamiento en los que te enseñan a tocar la guitarra sin que cueste un pu… ejem… céntimo. En mi clase hay dos compañeros que van a empezar la semana que viene. Sólo hace falta que me inscribas y me compres una guitarra.
?Vale, lo consultaré con mamá ?agobiado pensando en otro gasto imposible de asumir.
Tino debió comerle el coco a mi esposa, juzgué por lo rápido que se puso de parte de él.
?Es una buenísima idea la de nuestro hijo. Ya que no quiere hacer deporte, esto de la música lo entretendrá y mantendrá lejos de la maldita droga, que tanta ruina lleva a muchos hogares.
Total, que dos días más tarde me llevé a Tino a una tienda donde vendían instrumentos de música y le compré la guitarra, no la que quería yo que era barata, sino la que quiso él que era mucho más cara, y que me argumentó con respecto a la diferencia de precio:
?Papá, no se puede hacer buena música con un instrumento malo, y eso tú debes saberlo bien.
El tendero, pensando en su negocio, le dio la razón y habló de grandes virtuosos que usaban instrumentos como el Stradivarius que costaban hasta dos millones de euros. Casi me dio un sincope cuando escuché esto, y di gracias al cielo de que mi hijo se hubiera decantado por la guitarra y no por el violín. Ah, la funda del instrumento también me costó un pico porque tuvo que ser de calidad.
Tino empezó las clases y a la séptima me dijo que no seguía. El profesor era un gilipollas, que parecía estar emporrado todo el tiempo, no sabía enseñar y le había hecho aborrecer la música. Una pena porque él había comenzado con una ilusión enorme.
Me enfadé. ¡Vaya si me enfadé! Tenía subiéndome por la garganta un alud de airados tacos, que taponé al sentir sobre mí la severa mirada de mi consorte que siempre me acusa de perder la calma con patética celeridad.
?O sea que, por un capricho tuyo hemos gastado un dinero inútil, inútil, inútil. Grrrrrrr… ¿Me quieres decir qué hacemos ahora con la guitarra?
?Un compa del cole está dispuesto a cambiármela por un juego de Los Warriors del Infierno. Un juego que es muy guay y que lo tiene prácticamente nuevo. Como será de nuevo que él todavía no se lo ha pasado.
?La guitarra la vamos a guardar, por si más adelante recobras el gusto por la música ?mi mujer pretendiendo atemperar la situación.
Tino hizo un gesto claramente desdeñoso con las manos alzadas, moviendo los dedos hacia abajo, y murmuró entre dientes.
?Lo que queráis. Los padres mandáis siempre… y mucho.
?¡Marido! ?me avisó mi mujer notando que yo era ya como una bomba con la espoleta a punto de saltar por los aires.
Al día siguiente con el enfado asimilado, y la resignación y la paciencia recuperados, mi mujer me dijo que me llevara a este hijo músico frustrado a comprarle unas zapatillas de tenis.
?Las tiene agujereadas y no puede ir por el mundo de ese modo. La gente no lo criticará a él, sino a nosotros. Sus amigos del cole empiezan a mofarse de él, con lo traumatizante que eso es, a su edad.
?Si no estuviera continuamente restregando la punta del calzado por el suelo, vició que no hay forma de quitarle, las zapatillas estarían nuevas. Ni dos meses le han durado, cuando a mí los zapatos me duran años.
Mi mujer que cuando dos miembros de nuestra familia tienen diferencias se decanta siempre del mismo lado, comentó vitriólica:
?Tu también has sido niño y no creo que fueses tan perfecto. ¿Me equivoco?
Solté un bufido, que era la mejor manera de no expresar lo que me bullía dentro porque las discusiones con mi mujer me alterar el ritmo del corazón y, encima cuando estoy necesitado de cariño, en venganza, ella me dice que le duele la cabeza. O sea que los que nacemos perdedores, perdemos siempre.
Como pretendía renegociar la hipoteca del piso, decidí pasarme por el banco antes de ir a la zapatería y de paso, que mi hijo tuviera una experiencia cercana de las duras y crudas realidades de la vida.
Cuando nos tocó entramos en el despacho del director del banco, que viste y se repeina al estilo hollywoodense. Sonrisa por su parte más falsa que la monda de plata que me vendieron una vez en el Rastro.
?Que chico tan guapo tienes. Y tiene cara de ser muy, muy inteligente.
Antes de poder yo decir nada, mi hijo se adelantó y señalando un cenicero de cristal que estaba lleno de caramelos, le preguntó al manager:
?¿Los caramelos son para los clientes?
?Sí, claro. ¿Quieres uno?
?Quiero cinco. Tengo cuatro hermanos ?mintió.
?Eso está bien, pensar en la familia ?frase más falsa aun que su sonrisa.
Mi hijo, que en la única asignatura que destaca es en matemáticas cogió diez caramelos y se los metió, con velocidad de prestidigitador, dentro del bolsillo.
A continuación el director del banco y yo hablamos del crédito. Le pedí si yo podía retrasarme un poco en el pago mensual y arreglaríamos la diferencia en las navidades cuando mi esposa y yo conseguiríamos la paga doble. Sin dejar de sonreír el dirigente de banca me dijo que sus superiores le tenían amenazado con echarlo si concedía retrasos en los pagos.
?La cosa está muy mal. Hoy tiene una persona empleo, y mañana puede estar parado. No existe seguridad para nadie. No puedes hacerte una idea de la cantidad de inmuebles que nos vemos obligados a embargar porque sus propietarios no pagaron el crédito que de muy buena fe el banco les concedió.
Sólo le faltó decir: <<Paga religiosamente o tú serás otro de ellos, mal cumplidor>>.
Salimos a la calle, yo con un disgusto monumental y mi hijo con ocho caramelos baratuchos. Él que había permanecido callado todo el tiempo, espero a que nos sentáramos en el coche para meterse un caramelo en la boca y clocándolo de forma que no le estorbase para hablar dijo en tono condenatorio:
?Papá, ese tío con el que has estado hablando es un cerdo capitalista. No deberías tener tratos con él.
Encontré tanta comicidad en esta aseveración dicha con increíble seriedad que, aunque lo que me estaba sucediendo era para echarse a llorar, me eché a reír. Y viéndome reír mi hijo me imito. ¿Y sabéis algo sorprendente, de lo que me di cuenta justo en aquel momento? Que durante los dos últimos años era la primera vez en que mi jodido hijo Tino y yo nos reímos juntos. Y ya me partí el culo ?como suelen decir los modernos mal educados?, cuando él, recobrado el resuello añadió:
?Yo nunca le pediré un crédito a un cerdo capitalista.
?Que Dios te oiga ?dije recuperando repentinamente una religiosidad que yo llevaba mucho, mucho tiempo teniéndola un tanto distraída.