El pasado 14 de Abril, con ocasión del 83 aniversario de la II República, comentábamos desde esta misma columna, el sorprendente repunte del republicanismo exigiendo el fin de la Monarquía como régimen constitucional .
Pocos días después, a golpe de móvil, saltaba la noticia de la abdicación del Rey Juan Carlos I y las redes sociales se ponían al rojo, tanto por la concentración de mensajes como de su contenido, con trazas de invitación a la toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno. Se multiplicaron las convocatorias, el ondear de banderas tricolores y la petición de un inmediato referendum para dar el carpetazo a la Constitución de 1978.
Una vez más, y respetando la legalidad de cualquier opción política presentada con sujeción a la normativa aprobada democráticamente, nos encontramos con un nuevo capítulo de nuestra inconsistencia política, del tejer y destejer, de nuestra falta de sentido pragmático que nos hace, periódicamente, vivir en el sobresalto y desperdiciar esfuerzos que servirían para resolver carencias y avanzar socialmente.
Hasta la saciedad está demostrado que la Monarquía no es el problema de mayor preocupación de los españoles y así lo certifican las encuestas de opinión. El ratio del CIS es del 0,2, figurando en el puesto 29 de las preocupaciones de los ciudadanos que señalan al paro, corrupción, crisis y políticos en los puestos de cabecera.
La Constitución sigue manteniendo su legitimidad y tiene el respaldo del 80% del arco parlamentario, sumando a los partidarios de dejarla tal como está y a quienes desean reformarla sin necesidad de derogarla y en la Constitución está la Corona, legitimada por la voluntad mas firme y esencial que es la constituyente, garantizando la neutralidad de la Jefatura del Estado y la continuidad del orden constitucional.
La respuesta positiva se apoya, así mismo, en que la Corona representa el elemento aglutinador, cuando ,desgraciadamente, después de 78 años no se ha alcanzado la plena reconciliación nacional y la propia democracia está vapuleada por la deslealtad constitucional.
Podría decirse que la figura del Rey evita los excesos de la partitocracia y. más aun cuando debido al recelo histórico entre derecha e izquierda ,los partidos demuestran su incapacidad para llegar a consensos en los grandes problemas de Estado.
Al republicanismo español le queda un largo recorrido para presentarse como progresista y desprenderse de revanchismos o tics bolivarianos. El pueblo tiene memoria y le consta que la Transicion fue una obra colectiva , que debe continuar ,reformando todo lo que haga falta, perfeccionando nuestra democracia, recordando la generosidad, el patriotismo de aquellos políticos, de derechas, izquierdas, socialistas, sindicalistas y comunistas que supieron enderezar el momento histórico.
Por cierto, y en relación al Rey y la bandera, sería oportuno que algunos políticos caseros se diesen unas vueltas por las hemerotecas de la Transición. Un ejemplo: el 16 de Abril de 1977, Santiago Carrillo ,un día después de que se aprobase el programa electoral, tuvo el gesto más significativo de aceptar el Rey y la bandera roja y gualda, señalando que la bandera española figurará siempre al lado de la del PC. Carrillo cortó de raíz las disidencias y afirmó: “”Si la bandera que nos ha reconocido es la bicolor, nosotros aceptamos esa bandera porque este Estado no es ya el de Franco” Añade que España es una “realidad histórica” y se muestra decidido a “defender su historia” y su “unidad”. El entonces Secretario General del PC ya estaba diciendo que España es algo más que una bandera, una emoción o un himno, es un compromiso para vivir juntos en un área de libertad, de derechos y obligaciones, con un marco legal aceptado democráticamente, respetando a las minorías ,pero sin imposiciones de las mismas por otros cauces. Para tomar nota.
El peligro de un proceso que se salte las normas , puede significar que se cuestionen los fundamentos mismos del Estado y se abra la veda a la confrontación, como en tiempos pasados.