El primer día que te vi, Laura, estabas tocando el piano. La distancia que nos separaba era corta, pero el placer de contemplarte desarrolló al máximo mi vista y anuló por completo todos mis otros sentidos, hasta el punto de incapacitarme para escuchar tu música. Conseguí enamorarte (creo) y ahora me deleitas tocando un rato el piano y otro rato (bastante más largo), tocándome a mí. Me queda por averiguar si te gusta más tocarlo a él (al piano) o tocarme a mí. Y sigo sin escuchar la música que le sacas a ese maldito instrumento. Creo que me ensordecen los celos que siento de él.