Siempre he deseado ser apolítico. Pero tal cómo funciona nuestra sociedad posiblemente esto sea tan difícil como ser ateo y creyente a la vez. Crecí escuchando a familiares cargados de tristeza, amargura y miedo; el terror, la devastación, la ruina y el sufrimiento que causó a este desventurado país nuestro una Guerra Civil que enfrentó a unos españoles con otros españoles, convirtiendo, frecuentemente, en enemigos a personas que por sus venas corría la misma sangre, sangre que cometieron la atrocidad de derramarla por sustentar ideas opuestas.
Yo no quiero vivir la atrocidad de que mis hijos peleen entre ellos. Yo quiero que todos vivamos en paz, democracia y progreso. No quiero que nadie les venga a mis hijos con ideas que, tomando por ejemplo la historia ya desgraciadamente vivida, los enfrente en una lucha cainita.
No existe en este mundo una sola idea, por exaltada, extraordinaria o engañosamente defendible que pueda parecerles a algunos, que merezca se derrame una sola gota de sangre inocente por mantenerla, defenderla, imponerla, y en absoluto, bajo ningún concepto, querer matar por ella. ¡Eso de ninguna de las maneras!
La vida es el mayor, más preciado de cuantos dones todos recibimos al nacer y ninguna idea salida de mente humana vale la vida de ningún hombre, la mutilación de su cuerpo o su sufrimiento.
Así que defendamos ideas sensatas, sin violencia, sin algaradas ni imposición alguna por la fuerza, de unos sobre otros, y votemos lo que más conviene a nuestro país que, si lo hacemos honradamente, conseguiremos que finalmente nos gobierne en paz y prosperidad algún partido limpio, al que no haya contaminado tanta corrupción imperante, dentro y fuera de la política. Porque, señores, existen montones de individuos perversos, indecentes y ladrones dentro de todos los países, que se enriquecen ilegalmente a costa del sudor, la salud y el sufrimiento de sus conciudadanos, y que no son políticos. Ni los unos ni los otros deben contar con nuestra tolerancia, resignación ni indulgencia.