La abdicación del rey Juan Carlos I es un tema que llenará las páginas de los periódicos, radios y televisiones durante varias semanas; no deseo, por tanto, añadir algo más a las palabras de los conocedores del tema. Soy un españolito de a pie convencido de que la monarquía actual hizo una invalorable servicio al país en sus 39 años de permanencia en el trono. Ante esa realidad incuestionable: honor a quien honor merece.
Ahora llega la cosecha del heredero, y a sabiendas de poseer el Príncipe de Asturias experiencias y conocimientos ya demostrados, la actual realidad del país, hincado en dificultades sociales, económicas y políticas, le obligará a una prudencia dialogante al momento de mantener erguido su papel de garante de la Constitución.
En esa labor estarán puestas las esperanzas de la nación.
No hemos repetido lo normalmente expresado en la mayoría de los cambios monárquicos: “El Rey ha muerto: ¡Viva el Rey!”, y al no ser así, don Juan Carlos será un apoyo invalorable al servicio de Felipe VI.
Soy español de quehacer diario igual que millones de compatriotas. Con frecuencia idealista y en ocasiones gañán. No haría falta decir que a la par estoy cimentado de los mismos pedruscos que las catedrales góticas, los patios andaluces, los colmados extremeños y los “chigres” asturianos.
Al haber sido emigrante durante 40 años, dicha expatriación enriquecedora me hizo ver los surcos ibéricos desde la perspectiva de lo lejano, lo brumoso, lo casi inalcanzable, y cuando de tarde en tarde venía a los terruños de mis mayores, al encuentro de los acantilados del Cantábrico astur donde aún perdura, entre espadañas y maíz mojado, la vivencia de una niñez, nos dábamos cuenta de que la tierra materna iba creciendo y fermentando como la espumosa sidra.
En esa España del siglo XVIII que con la dinastía de la Casa de Austria en la figura de Felipe de Anjou, daba paso a los Borbones, ya se empezaba a departir en las cortes europeas de un reino en donde se construía “el mejor de los mundos posibles”.
Y fue cierto. Ya había comenzado a extenderse por todo el ruedo hispano la idea de que “la felicidad de los ciudadanos es el primer objetivo político de cualquier gobierno ilustrado”.
Ese anhelo duró poco. Con todo, España, a partir de ese tiempo, abrió con cuentagotas las puertas de su mundo cerrado, oscuro, taimado, a los avances modernos. El siglo XIX llegó aún con la idea de viejo orden feudal. Largo y penoso fue el camino de Carlos IV y Fernando VII con pérdida de los dominios americanos, cambio dinástico, guerras civiles. El ruedo ibérico se convirtió en una tómbola y retrocedió en plena era contemporánea, cuando el resto de las naciones europeas habían realizado cambios trascendentales.
“África comienza en los Pirineos” no fue solamente una frase, sino una forma de pensar que hizo demasiado daño, y así, desnudos, como los hijos del mar de Antonio Machado, caminamos los cincuenta primeros años del siglo XX.
La dictadura franquista nos marcó, pero aún así, España era demasiado espaciosa, y solamente hizo falta un abrir de puertas y ventanas para que penetrara el impulso que nos convirtió en europeos con billete de vagón de primera.
La monarquía de Juan Carlos I forjó y alentó ese canto de libertades y progreso. Agradecer la buena labranza es de aradores honrados.
La dimisión no es una renuncia, representa un valor, y con él la llegada de sangre nueva, anhelos nítidos y expectativas crecientes.
Ante la España y lo español de ahora mismo, los versos de Eugenio de Nora nos dan sustento:
“Yo no canto la historia que bosteza en los libros, / ni la gloria que arrastra las sombras de la muerte. / ¡España está en nosotros…!”.
El Rey abdicó y dejará abierta la claraboya de su experiencia con mirada abierta, y ¡viva el nuevo Rey que llega joven e impetuoso!
Acotación a las líneas anteriores
Estos párrafos, dichos así, al soplo del sentimiento íntegro, no los entenderá tal vez Juan Carlos Monedero, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, compadre ideológico de Pablo Iglesias y su organización Podemos, fervientes defensores los dos de la Revolución Bolivariana.
Cada uno de ellos fueron consejeros durante cinco años – quizás lo sigan siendo - del gobierno castro-chavista, y han colaborado con el “Centro Internacional Miranda” de Caracas, aula marxista y brazo filosófico del “Socialismo del Siglo XXI”, una entelequia que nadie a fe cierta sabe en realidad lo que representa… o sí: enseñar las bondades del marxismo partiendo del “Manifiesto del Partido Comunista” de Marx y Engels; “El libro Rojo” de Mao; mensajes de Che Guevara; discursos de Fidel Castro – destacando “La historia me absolverá” - y los escrito madurados en la cárcel de Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano.
Juan Carlos Monedero ha publicado en el portal “Aporrea” – cuidado, sus colaboradores chavistas está desertando, hastiados de los errores y traiciones del madurísimo - un artículo cargado de oprobios contra el Rey Juan Carlos y su heredero el Príncipe de Asturias.
El libelo es amplio, y sus dos párrafos finales son el reflejo magro del epítome panfletero:
“¿Será Rey Felipe? Lo escribimos en su día. Y sigo pensando lo mismo: no vas a ser rey, Felipe. Nos va la democracia en ello.”
¿Significan esas palabras que incendiarán las calles de España como en tiempo de la II República para impedir la investidura?