En el Metropolitan de NYC hay una sala entera dedicada a Lucien Freud, fallecido esta semana. No pude evitar detenerme en medio de aquella montaña de carne desparramada por las paredes, rebosante de los cuadros, que parecía aplastarte y envolverte en un onírico cuarto lleno de mugrientos sofás, camas deshechas, sudor de siesta, sueños abotargados, pliegues íntimos. Bodegones de carne desnuda expuesta con todo su crudeza, fruto de un hiperrealismo que no deja a los espectadores indiferentes. ¿Y qué decir de los retratos? No son amables ( el de la reina de Inglaterra fue muy polémico) muestran rostros distorsionados, sufrientes, atenazados por el miedo a los estragos que anuncia en su caras el paso del tiempo. Transmiten recelo, ignorancia, maldad, inquina, el oscuro y tenebroso interior, la soledad y el aislamiento, la vida y la muerte. Ver aquí obras.
Freud era y es un pintor cotizado. Este cuadro que ven ha sido subastado por casi 22 millones de euros, la cotización más alta alcanzada en el mercado por un cuadro en vida del autor. Nieto de Sigmund Freud, parece compartir con él la misma obsesión salvaje por desnudar la mente, el cuerpo, hecha pintura en este caso.