Hace unas semanas departíamos sobre la forma salvaje en que, en ciertos países de religión, a las mujeres se les cortaba de tajo -circuncisión- el clítoris. Parecía algo de la Edad Media, de esos tiempos de sórdido oscurantismo en el que el mero hecho de pertenecer al sexo femenino era un estigma.
Numerosas de esas crueldades no han cambiado aún luchando contra ellas. Es el dolor apabullante que no cesa, una forma de vivir donde la mujer, ante el mero hecho de serlo, sigue existiendo como simple objeto. Las historias sabidas es una vehemencia aterradora que sube del bajo vientre hasta el cerebro y allí se hace herida penetrante.
Una muchacha, temerosa, cuenta: “Me dijeron que dolía un poco y padecí un infierno. Perdí el conocimiento y cuando desperté, estaba cubierta de sangre. Antes de mí, entró al cuarto con un camastro, una muchacha de menos edad. Una niña. No la miré, sentía terror. Mis ojos eran un cántaro de lágrimas”.
La jovencita sudaba. La comadre le habló con frialdad: “¿No te quieres casar?”. La niña/mujer no le dijo nada. La mujerona tomó en las manos una navaja, uno de esos filos brillantes que en los versos de García Lorca son igual a luz de luna penetrando en la carne y rasgando a tirones el alma. La tablajera debió saber eso. Mandó a la adolescente abrir las piernas y escindió de una tajadura certera. Le dio el trocito sangrante a la inocente: “Tómalo, guárdalo un mes. Eso se debe hacer, de lo contrario una se vuelve estéril, yerma, seca como de hierba sin lluvia”
A las cuatro semanas fue al río con su primas. El agua se llevó aquel dolor”.
Hay otros hechos pavorosos, como la infibulación o circuncisión faraónica, que no se limita a cortar el clítoris y los labios, sino que cose la vulva dejando un orificio por el que sale únicamente orina y sangre menstrual. La noche nupcial el hombre debe abrir la hendidura con un cuchillo o listón para efectuar el acto sexual.
Otra hembra, Duyan, narra su experiencia.
Es joven, demasiado, 15 o 17 años. “La noche de la consumación del matrimonio vino una vieja gruesa y fuerte. Mi madre no tuvo valor de estar en la habitación”.
La mujerona agarra a la chica y separa sus muslos. Se sienta tras ella con las piernas estiradas a cada lado, sujetándola. Tiene que ser fuerte, de lo contrario la recién casada puede moverse y herirse.
Y vuelve a relatar Duyan: “Así que me paralizaron y en ese momento pensé que algo me había sucedido ya antes. Dije: “¡Me inmovilizaron así cuando era niña!. Tenía seis años. Lo recuerdo ahora claramente. Cuando la cuchilla cortó fue como si se inflamaran un dolor bajo el abdomen. Me desmaté. Estuve en la cama, incapaz de moverte, con las piernas separadas, durante días”.
La escisión o clitoridectomía no tiene nada que ver con el Islam y otros cultos, es una costumbre antiquísima mantenida hasta nuestros días en Egipto y otros países. No importa la religión: católica, cristianas coptas, musulmanas o animistas, las niñas de la banda sahariana, desde Senegal hasta Etiopía, son todas circuncidadas. La franja de la mutilación cruza el Mar Rojo, pasa al sur de la península Arábiga, el Golfo Pérsico y llega hasta las regiones de Malasia e Indonesia. Es decir, la llaga doliente, la mutilación, atraviesa buena parte del planeta y es como una catarata de lava penetrando en las entrañas de las jóvenes muchachas en flor dejándolas marcadas en vida.
Poco o nada se habla de ello, es una malaventura cuarteada entre sabanas fermentadas, cielos encapotados y tradiciones emergidas en los tiempos del más sórdido salvajismo.
Estamos en el siglo XXI, y aún cuantiosas niñas en el planeta siguen vegetando en la era del oscurantismo retrógrado y atroz.