Mañana, dos equipos de fútbol españoles, se disputan la Champions League. Para los ciudadanos de a pie, lo realmente importante mañana es este partido. Que al día siguiente se vote para las elecciones europeas, es una nimiedad, un fastidio incluso para los que quieren cumplir el deber ciudadano de ir a votar.
Estos ciudadanos de a pie no piensan en los grandes y seguros bancos suizos donde se guardan miles de millones de dineros secretos, misteriosos, incontrolables.
Estos ciudadanos de a pie se vuelven locos pensando en cómo serán capaces de, con su mísera economía llegar a final de mes sin privarse de cosas tan esenciales como es el comer.
¿Qué les importa a estos ciudadanos de salarios muy bajos o en el paro, el que manden unos o manden otros en Europa, si los pobres como ellos seguirán siéndolo igualmente y los ricos continuarán siéndolo igualmente ganen los partidos que ganen, pues ellos, los mandamases de esos partidos y sus simpatizantes son muy listos y sabrán qué deben hacer para arrimar siempre el ascua a su sardina?
Los ciudadanos de a pie ya han vivido otras elecciones más cercanas, nacionales, y han conocido que, manden unos o manden otros, de la ruina en que les hunden cada vez más, ninguno, a pesar de sus grandilocuentes y mentirosas promesas electorales, les subirá a flote.
Por eso para el ciudadano de a pie lo importante es la Champions League. La pelea por ganarla podrá vivirla dentro de pocas horas. Y podrá sufrir por el equipo de sus amores, y triunfar si el equipo que ama con locura se alza con el triunfo.
Si el equipo de sus amores pierde, su seguidor añadirá una pena más a las muchas que ya tienen sumadas. Y volverá a tener presente que recibe una paga miserable por su duro trabajo (el que lo tiene, y el que carece de él a buscar ayuda en familiares, en la economía sumergida o en la alternativa de morir mártir y sin derecho a canonización).
Si el equipo de sus amores gana vivirá una explosión de alegría inconmensurable. Todas sus privaciones, problemas económicos y de salud se le olvidarán durante veinticuatro horas. La alegría le distraerá el hambre, y la esperanza y el momentáneo olvido mejorarán su mala salud. ¡Si el equipo de sus amores ha sido capaz de realizar la proeza de quedar campeón, también él puede vencer sus dificultades! ¡Todo es posible!
Pero transcurren esas engañosas veinticuatro horas y al ciudadano de a pie la euforia se le desvanece y la cruda realidad se le impone de nuevo. Y se da cuenta de que no ha triunfado él, han triunfado unos jugadores de futbol millonarios; él y sus familiares continúan siendo pobres y, la protesta, la rabia de gritar su frustración e indignación escapan por su garganta:
—¡Malditas sean la Champions League y las elecciones europeas! ¡Yo y mi familia, y tanta otra gente más como nosotros seguimos metidos hasta el cuello en el pozo lleno de mierda de la injusticia social!