Mañana, sábado, es día de reflexión. El legislador nos invita a meditar y meditar nuestro voto a fin de que nuestra elección sea la más acertada y la más conveniente para los intereses generales. La verdad es que no hace falta mucha reflexión a la vista del panorama que nos rodea y por ello qué mejor que utilizar nuestro tiempo libre en hacer un viaje virtual en uno de los trenes totémicos del panorama mundial y disfrutar, también en sentido virtual, de su gastronomía.
El Orient Express existe. No es obra de la capacidad imaginativa de Agatha Christie, que lo convirtió en elemento crucial de alguna de sus tramas más famosas –“Asesinato en el…” ídem– y, por tanto, en medio de locomoción de su mítico personaje Hércules Poirot, ni de la deslumbrante solidez literaria de Grahan Geene, que lo utiliza como lugar de encuentro de un mosaico de personajes perfectamente ensamblados en una trama intrigante y tensa que sirve de argumento a “El tren de Estambul”.
El Orient Express es el precipitado final más elitista y conocido del tránsito del tren como transporte de mercaderías, correspondencia y pasajeros al vagón dormitorio y, posteriormente, al vagón comedor.
Los primeros trenes dormitorio con camas plegables surgen en 1863 en EE UU por obra de George Pullman, y saltan después a Europa de la mano del belga Georges Nagelmakers, que había conocido a Pullman durante su estancia en América y que creyó ver un gran negocio si lograba implantar el servicio en los ferrocarriles europeos.
A tal efecto, fundó la Compagnie Internacional des Wagons-Lits, dedicada a la construcción de vagones dormitorio y comedor, que pronto se extendió por toda Europa y que en su evolución más refinada, en las postrimerías del siglo XIX, cristalizó en el Orient Express.
El Orient Express es el tren más legendario de todos los tiempos. Comenzó su andadura en 1883 (la interrumpió durante las I y II guerras mundiales) y, desde entonces, multimillonarios, aristócratas, espías, actores y escritores famosos aliñaron con su glamour su fama de “tren de los reyes y rey de los trenes”.
Lo componen 17 vagones azul y oro, de los cuales 11 son coches cama dotados con lavabo de agua fría y caliente y una cama muy confortable. Sorprende, sin embargo, que ni las cabinas ni las suites (estas cuentan con baño y ducha) dispongan de váter, del que solo existe una unidad por vagón.
No obstante, si algo da color y elitismo a este mítico tren es su gastronomía. Luz tenue, copas de cristal de Bohemia, mantelería bordada, blanca y mullida, cubiertos de plata y, sobre todo, un altísimo nivel culinario son señuelos de glamour, lujo y ensueño.
Los platos que se sirven a bordo tienen un sabor, un olor y una textura inimitables, cualidades todas ellas descritas con gran maestría en un reportaje de Luis Cepeda que se publicó meses atrás en la revista “Paisajes”, de RENFE.
El protagonista indiscutible es el jefe de cocina Christian Bodiguel (normando), que ha sabido combinar los menús innovadores con recetas que no generen digestiones pesadas, consciente de que un viaje se arruina si el viajero se pone malo.
Desde aquel primer menú servido a bordo en París, integrado por sopa de tapioca, lubina en salsa holandesa, gigot de cordero a la bretona, tabla de quesos y tarta de frutas, pocas transformaciones ha sufrido desde entonces, al menos en sus sugerentes enunciados, la carta de a bordo. Valga como ejemplo uno de los que conforman la actualidad culinaria: milhojas de patata y manzana rellena de tonno del Chianti; osobuco de rape braseado con apio y pistilos de azafrán; ratatouille de calabacines; salmonete de roca y parfait de chocolate. La bodega no va a la zaga: Grands Crus bordeleses, Barolos de Gaia, Montranchet y Romanées, reservas de Krug, Perignon o Perrier-Jouet de la Campagne.
Son muchas y pintorescas las peculiaridades que rodean la gastronomía de este lujoso tren. A título de ejemplo, el aprovisionamiento se va haciendo en los grandes mercados que jalonan el recorrido, y en cada una de las estaciones de avituallamiento los cocineros se deshacen de todos los productos perecederos; las patatas fritas son un producto prohibido, no tanto por su valor calórico, sino por las particularidades que encierra su preparación, al requerir gran cantidad de aceite hirviendo con el peligro que ello conlleva en un tren en movimiento (solo se hizo una excepción con el hijo del actor John Travolta, que sufría síndrome cerebral y no entendía cómo no podía servírsele su añorada hamburguesa con patatas fritas).
Una más: el único producto español que forma parte de la oferta gastronómica del Orient Express es el jamón ibérico de Juan Pedro Domecq.
Lujo, glamour, gastronomía... El sueño y la esperanza son atributos que la naturaleza nos concede gratuitamente.