Es la primera vez, desde que estamos en democracia, que estoy en la duda entre votar o no votar en las elecciones al Parlamento Europeo del próximo domingo. Si llego a participar, lo que tengo muy claro es que mi voto no va a ser para ayudar a alguno de los Partidos que -instalados en el engaño y en la falsa propaganda- pretenden que todo siga igual.
Esta estafa llamada crisis, promovida por los grandes grupos financieros, destapó tanto el endeble posicionamiento de España a nivel europeo y mundial como la nula consistencia de nuestros mandatarios que, sin ideas y sin proyectos, se limitan a abrir la boca y a mover los brazos cuando, como marionetas, les tiran de las cuerdas.
España y los españoles no podemos seguir participando de una Europa de las desigualdades sociales y económicas, y en la que los únicos ciudadanos que están equiparados en unos y otros países -más en derechos que en obligaciones- son los que se dedican profesionalmente a la política, además de ser colaboradores necesarios de los intereses de la economía especulativa y abanderados de la distribución de la pobreza. Políticos, por otro lado, a los que en modo alguno les ha afectado la crisis.
Es posible que vaya a votar, sí; pero no a los de siempre.