En un solar dos niños senados encima de un palé lleno de ladrillos encerrados dentro de un plástico, combaten su aburrimiento fantaseando.
—¿Sabes qué me gustaría ser? —dice uno al otro rastrillándose la mata de pelo largo de su flequillo que le causaba ceguera temporal.
—¿Futbolista? —aventura el otro que está tratando de hacer un agujero en el plástico con la ayuda de una ramita.
—No. Me gustaría ser una tortuga.
—¡Bah! ¿Y eso por qué?
—Por qué no hacen nada. Las tortugas no hacen nada y viven mogollón de años.
—¿Y eso es bueno? Los conejos, los perros y los caballos lo pasan mejor pues corren y saltan todo el tiempo.
—Sí, corren y saltan todo el tiempo; pero los conejos viven ocho años, los perros 14 y los caballos 25.
El niño que ha hecho la pregunta mira sorprendido a su compañero y admite:
—Total que tú piensas que los vagos viven mucho más tiempo que los laboriosos. Ahora entiendo porque tú nunca haces los deberes.
—Sigue mi ejemplo, colega, y llegarás a muy viejo.
—Qué listo eres, Ricky —admira su compañero que ha conseguid finalmente atravesar el plástico con su ramita.
—¡Mi padrino! —exclama de pronto el niño que quisiera ser tortuga, y sale corriendo.
El niño que se ha quedado sentado observa perplejo como su amiguito además de la carrera que se ha echado, salta, abraza y besa a su padrino que al final, emocionado por sus entusiastas muestras de cariño le da dinero.