Debacle de debate

Intentar estimular a los ciudadanos para que acudan a las urnas y evitar un incremento de la abstención con debates de este jaez, constituye una batalla totalmente perdida. A no ser que lo pretendido consista en que los ciudadanos, por propia voluntad o inducidos, pasen olímpicamente de los comicios europeos y se dediquen a hablar de futbol que es nuestro fuerte e infinitamente más distraido. Lo presenciado el pasado viernes, no debería ser considerado como un auténtico debate. Los escasos españoles que reunimos valor suficiente para presenciar la patética representación en TV1, asistimos a una descarada lectura de  notas por parte de ambos contendientes, que no aportaron ni una sola novedad, reflexión o proposición al margen de lo repetido en todos los mítines de campaña. Concretamente Cañete intentando remedar al Presidente del Gobierno pero en versión pobre y Valenciano repitiendo las consignas de Rubalcaba cambiando las palabras y punto.

     

Debate implica controversia y discusión, nada que ver con este tipo de encuentros en los cuales todo está previamente negociado y pactado, quebrando el concepto de lo ambicionado, entendido como un encuentro de posturas o posiciones distintas  de las cuales, tras un debate culto y educado, deben emanar propuestas de cambio en sentido positivo para la Unión Europea.

 

     El papelón de la moderadora se limitó prácticamente a la presentación del encuentro, su desarrollo y presentación de los contendientes, con lo cual todo quedaría en un monólogo por entregas, logrando aburrir hasta a las mismísimas centollas.

 

     A pesar de la proliferación de anuncios en todos los medios sobre la fecha y hora de la celebración del evento en TV1, el pueblo que es sabio se adelantó al fracaso como así fue. En horario de máxima audiencia, 22,30 h, la cuota de audiencia fue del 9,5%, sencillamente ridícula. Al parecer, el menor porcentaje de seguimiento en nuestra pobre historia sobre estos seguimientos.

 

     Desconociendo de quien partió la iniciativa, PP o PSOE, no se entiende que dentro del repaso general que se le otorgó a la mayoría de los temas importantes, presuntamente se pactara el no aludir a la maldita corrupción, lo cual pareció muy raro siendo interpretado como un acuerdo entre populares y socialistas. Ni una sola palabra sobre Gurtel, Barcenas, ERE, cursos de formación, etc. Con la pretensión independentista de Cataluña, ocurrió exactamente lo mismo; olvido total del tema.

 

     Pretender justificar el papel de Arias Cañete adjudicándole el calificativo de discreto no es justo; lo hizo francamente mal. Desde el principio se mostró inseguro, nervioso y titubeante. Muy flojo tanto en exposición como en argumentos. Afrontó el “cara a cara” con ausencia total de su principal virtud, la naturalidad, dando la sensación en algún momento de encontrase perdido. Otorgarle la preparación del candidato del PP al asesor Arriola, fue uno de los grandes e incomprensibles errores cometidos por Rajoy, motivado por su absurda confianza en el eterno consejero. Ni queriendo se puede hacer peor. La estrategia orquestada por el citado Arriola arruinó la intervención de Cañete.

 

     Valenciano, con su desagradable agresividad de siempre, como era de esperar se dedicó a negarlo y descalificarlo todo, cambiando de argumentos y tratando de focalizar la discusión hacia aquellos temas que mas domina, cebándose en la igualdad de la mujer y el aborto como puntos fuertes. Aportó seguridad y dominio en sus exposiciones, negándole la mirada a su interlocutor y realizando algo verdaderamente feo a lo largo de todo el debate, tratando de descolocar a su contrincante en sus exposiciones mascullando y hablando en voz baja entre dientes, eso que en gallego significa “rosmar”, sin que la moderadora le censurara tan desafortunado comportamiento.

 

     De no modificarse el formato de debates en TV, los televidentes terminarán ignorándolos, dado que el sistema utilizado actualmente está totalmente desprestigiado, nada aporta y menos se consigue. Es una equivocada forma de  aparentar democracia que la sociedad rechaza de plano, tal como se ha demostrado con el rotundo fracaso cosechado.

 



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