A la ciudadanía más responsable le cuesta perdonar los incumplimientos, los engaños, la corrupción, la falta de capacidad de consenso, los pecados recientes de sus políticos y la forma para demostrar la desafección es dar la espalda cuando surge un proceso electoral. Si, además, este corresponde a una convocatoria de carácter distante, como es el caso de las elecciones europeas a votar el 25 de Mayo, el resultado del alejamiento puede ser clamoroso.
Ahora mismo, cuando acaba de iniciarse la campaña, las diferentes encuestas coinciden en señalar que el índice de participación quizás no supere el 40% del censo. Seguramente la cifra más baja de las seis últimas votaciones registradas en España. Si el dato es ya deprimente, aumenta la confusión algunas de las conclusiones de la muestra que indican que de entre de los que declaran su intención de acudir a las urnas, un 50% manifiestan la indecisión para elegir candidato.
Los sondeos son implacables al reflejar la falta de interés por la política europea, por la misma UE, a pesar de que en esta ocasión los electores podrían aprovecharla para dar un voto de castigo a la gestión de la UE, en el tratamiento de la crisis. Parece como si se hubiese optado por la indiferencia respecto a los próximos años, en los que precisamente el impacto de las directivas europeas va a ser determinante.
En estas elecciones se juega que las políticas se inclinen por el crecimiento, el paro, el contenido social, la atención al paro juvenil y la cohesión social o que pongan el acento en la estabilidad financiera, en la austeridad, las reformas y la prevención de futuras crisis.
Los programas que ofrecen las diferentes candidaturas básicamente se polarizan en dos puntos. Los de intención socialdemócrata ponen el énfasis en el empleo y en planes de crecimiento con fondos públicos, utilizando formulas ya ensayadas en anteriores legislaturas. Para conservadores y liberales el camino del crecimiento y del empleo exige un serio proceso de reformas en diferentes campos.
Es evidente que la economía constituye el punto de referencia de todos los manifiestos de los partidos y muchas veces las diferencias son unicamente de matiz.
A la hora de optar influye más el recuerdo de los resultados próximos que las declaraciones de intenciones de los candidatos. Los analistas coinciden en señalar que los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, van a estar a muy pocos puntos de diferencia. Ambos perderán votos que beneficiarán al resto de candidaturas en proporciones de relativo interés, pero en definitiva no es probable que las cuentas finales de estas elecciones europeas, vayan a condicionar de forma importante el desarrollo de lo que resta de legislatura, que seguirá con crispación, sin pactos de estado, corrupción, derroches, y sin meter en cintura a los nacionalistas radicales.
Pero el resultado también puede reflejar un fraccionamiento que, de trasladarse con esa composición al Congreso de 2015, haría muy difícil que se pudiese llegar a una opción de Gobierno.
Algunos ya andan especulando con que los malos resultados, tanto del PP como del PSOE, a lo mejor sirven para que a corto plazo ensayen fórmulas de coalición, de transacción, que serían una garantía de estabilidad institucional y tranquilidad para todos