La chica me cayó bien nada más tropezármela en la casa de comidas bufé a cinco euros. Ocurrió que fuimos a coger un flan al mismo tiempo y nuestras manos chocaron.
—Huy, perdona.
—No, perdona tú.
—Bueno perdonémonos mutuamente.
No me devolvió la sonrisa pero la cálida mirada con que sus ojos me recorrieron entero fue pura caricia. Pensé que tenía la suerte de mi lado, porque ella estaba como melocotón en almíbar. Poseía, muy bien distribuidas, todas esas notables protuberancias geométricas que diferencian los cuerpos femeninos de los masculinos. Ocupamos una misma mesa. Por debajo de ella, sus rodillas les hicieron seductoras tonterías a las rodillas mías, que se las devolvieron cumplidamente.
—¿A qué te dedicas? —ella mostrando curiosidad, mientras con la boca casi cerrada del todo atacaba los higadillos de pollo a las finas hierbas que llenaban su plato.
—Pues soy escultor —con manifiesta intención—. Mi especialidad son los cuerpos femeninos desnudos, o sea desprovistos de ropa —meticuloso.
—Muy interesante —amable y sonrojándose levemente, por lo que la califique de pudorosa.
—¿A qué te dedicas tú? —igualando mi curiosidad, la suya.
Ella hizo un gesto vago con su mano, mano que no habría querido mejor para ella una pianista.
—A subsistir, simplemente a subsistir. Oye, simpático, ¿no te gustaría ser mi bebida energética?
—No entiendo —desconcertado.
—Pues es fácil de entender.
Ella sonrió enseñándome sus colmillos de vampiresa y yo la entendí perfectamente. Nos terminamos, ella los higadillos de pollo y yo el ensangrentado filete de ternera vuelta y vuelta que habíamos escogido. Olvidamos los flanes y marchamos juntos hasta mi coche. Una vez dentro del vehículo, la cómplice oscuridad de la noche rodeándonos, con gozosa demostración sibarita nos mordisqueamos el cuello sin prisas, paladeando la extracción, mientras escuchábamos esa balada tan sensual:
—“Devórame tonight, devórame tonight…”