La sabiduría de un viejo al que amé muchísimo

Mi abuelo Silvino, que no daba puntada sin hilo, una noche en que nos habíamos sentado en el suelo a contemplar el cielo, me enseñó humildad explicándome la insignificante pequeñez de los seres humanos con respecto a la inconmensurable grandiosidad del universo. La prueba de que comprendí bien lo dicho por él es que me asusté, me vi empequeñecido y me entraron ganas de llorar.          Y mientras él me acariciaba la cabeza, considerando necesaria la lección de humildad que me había dado, añadió algo más que, sin yo saberlo todavía, me indicaría el camino que debía seguir en la vida: “Nene, todos los niños nacéis artistas, el problema reside en continuar siéndolo a medida que se va creciendo y todavía más en lograrlo cuando se llega a la edad adulta. Y sobre cualquier otra cosa de este mundo, nunca olvides que la tolerancia y la valentía sólo asustan a los cobardes”.



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