Un ser llamado Pasolini

No he visto ninguna película de Pier Paolo Pasolini; sí he leído sus libros, guiones, trabajos políticos y alguna poesía suelta. El cine, en cierta forma, lastima. Algún filme nos ha dejado recuerdos imperecederos y están atinados en remembranzas. El tiempo de las experiencias se nos echó encima y esa asignatura pendiente la hemos dejada varada. Bien es cierto que uno no es joven ni viejo: se vive, aún siendo cuesta arriba.

 

Han pasado 40 años del cruel asesinato de Pasolini en la playa de Ostia,  - arena y  mar de la pasión inflamada cercana a Roma -  y la llamada “conciencia maldita” sigue inflando razones válidas  y posturas auténticas en un mundo necesitado  de voces que clamen en el árido desierto del hálito actual.

 

 El intelectual italiano ha venido a nuestro recuerdo debido a  una reciente obra en  que se han recopilado críticas suyas sobre libros. No tenía el poeta y provocador un buen concepto de Gabriel García Márquez, de “Cien años de soledad” dijo pavores. Pasolini era así, polémico e irreverente.

 

J.M. Coetzee, el surafricano Premio Nobel de Literatura, en uno de sus ensayos -  “Mecanismos Internos” -  tiene igualmente unas palabras nada halagüeñas de Gabo cuando habla  de “Memorias de mis putas tristes”, y aunque lo elogia en otros reglones, creemos que no comprende muy bien al autor colombiano. El “realismo mágico” – tan asombroso – le turba.

 

 La religión y la homosexualidad  marcaron la vida de Pasolini. Dios vino por el camino de su madre, con la que tenía una relación profunda; tanto, que la hizo aparecer como progenitora de Jesús en “El evangelio según San Mateo”. El no le puso el adjetivo de “San”: eso lo hicieron los distribuidores de la cinta.

 

 “Yo pensaba – decía en esos  días – que los únicos valores que servían para oponerse al fascismo tenían que venir de un cristianismo mítico, es decir, de la fuerza de Cristo más que de su imagen religiosa”.

 

Si Pasolini  viviera hoy, vería que parte de los conceptos por los que luchó perdieron vigencia, con todo nos queda en el recuerdo su coraje moral.  Supo  mantener en alto  sus contradicciones que han sido muchas, y gran valor para hacerse cargo de las propias contradicciones del mundo que le rodeaba.

 

 Muy poca gente podía comprender que no ocultarse su homosexualidad y, al mismo tiempo, durante años dialogara con los lectores desde “Vie Nuove”, una revista del Partido Comunista Italiano.

 

Su vida corta fue una pasión desgarrada, un ir al encuentro de un horizonte sin límites, y en él halló barreras, púas, barrancos, dolores trashumantes.

 

Al final descansó envuelto entre arena salitrada y  algo de olvido.

 



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