Más allá de las encuestas y de los ganadores de las mismas, en la carrera por la Presidencia de Colombia, lo que más debe importarnos a los colombianos es escoger a la persona idónea para regir los destinos del país.
Porque son muchos los problemas que aquejan a nuestra nación. Ya lo sabemos de sobra: el precario sistema de salud, la deficiente educación que se nos presta, la guerra irregular que todo lo consume, la inseguridad y la criminalidad, la creciente y rampante corrupción, la pobreza, la desigualdad, el desempleo que todavía reina en el país, la falta de verdaderas oportunidades para prosperar, el enorme daño a nuestros recursos naturales por la explotación sin control de los minerales, etc, etc…
Todo un compendio de situaciones y fenómenos que son el pan de cada día en la agenda informativa de los medios y que son tocados por los actuales candidatos presidenciales, con sus promesas de una Colombia distinta o mejor.
Sin embargo, si fuéramos votantes juiciosos y responsables, tendríamos que analizar con lupa cuáles de estas promesas de campaña son en realidad posibles, y cuales son simplemente argumentos retóricos que endulzan el oído del ciudadano.
De seguro, todos y cada uno de los aspirantes a la Presidencia del país tiene un programa o un planteamiento para combatir la pobreza, para acabar con la guerra, para mejorar la atención en salud, para solucionar el problema de la seguridad ciudadana, para construir un mejor sistema educativo. Todas estas promesas son importantes si, en la medida en que la persona que escojamos para ser nuestro presidente hasta el 2018, sea la mejor del lote.
Porque si escogemos mal, los perdedores seremos nosotros, no las élites que gobiernan, bien o mal, este país.
Un ejemplo de mala escogencia, a mi parecer, es nuestro actual Alcalde de Bogotá. Una persona que como Senador de la República demostró con creces ser diligente a la hora de ejercer el control político y denunciar a las mafias que azotan al país, pero que como gobernante, deja mucho que desear.
Por eso, más allá de dejarnos deslumbrar por la demagogia propia de los políticos que buscan regir los destinos del país, es necesario convertirnos en votantes activos y proactivos, que de verdad voten por el mejor y no por el que nos compra su voto o por el que se vea mejor en televisión, o por el que simplemente nos pinte pajaritos en el aire.
Los actuales candidatos son personas capaces de hacer grandes cosas, independientemente de su filiación política.
Sólo nosotros decidiremos si es mejor darle un segundo tiempo a nuestro actual Presidente, o si es mejor para el país volver atrás, a los tiempos de la seguridad democrática, o si resolvemos que hay que darle una oportunidad a otras alternativas diferentes al ‘santismo o al uribismo’; eso está en nuestras manos, repito, pero hay que hacerlo con la conciencia de que lo que está en juego, en los comicios de mayo, es nuestro presente e inmediato futuro, y el de nuestros hijos