En cuatro memorables ocasiones estuve con Juan Pablo II; una de ellas en su propio despacho en el Vaticano esperando la llegada de Hugo Chávez en visita oficial.
Este domingo será elevado a los altares con el “papa bueno” Juan XXIII. Él lo decía con gracia: “Se que soy gordo, pero igualmente una persona buena”. Y era muy cierto. Ángelo Giuseppe Roncalli nos trajo el Concilio Vaticano Segundo lo que significó la renovación de la Iglesia Católica tras siglos de inmovilidad.
Cuando murió el pontífice venido de Polonia, Roma, donde nos hallábamos, era un ramalazo de dolor, congoja y honda pesadumbre. En la Plaza de San Pedro, esperando, miles de creyentes venidos de los cuatro puntos cardinales del orbe, ya le consideraban santo – no venerable ni beato – al haber representado durante su largo pontificado a un hombre venido del Este para imponer a la Iglesia de Cristo un nuevo modelo de comprensión humana, donde todo hombre o mujer tuvieran su lugar, ya que Karol Wojtyla no excluía a ningún ser humano, creyente o no.
Enterrado a ras de tierra – polvo eres y en polvo de has de convertir -, entre la tumba del primer Papa, san Pedro y el bueno de Juan XXIII, al que dejó su nicho, este otro Juan de Cracovia, a los pocos días de ser sepultado ya recibía a miles de fieles para orar ante su tumba y pedirle gracias divinas.
“Santo, santo”, exclamaban los devotos. Y si antes se vendían medallas, rosarios, afiches y recuerdos de Juan Pablo II, a partir de aquella fecha era un torrente: Los devotos deseaban poseer una evocación envuelta en una jaculatoria del “Papa amigo” y peregrino.
Bien lo recuerdo: El recorrido hasta la cripta bajo el Baldaquino, en la nave central de San Pedro, bajo el magnifico dosel de bronce apoyado sobre impresionantes columnas de unos 20 metros de alto y realizado por Bernini, se hizo en peregrinación austera y de un profundo recogimiento.
Los fieles entraban hasta externo de la santa basílica a través de una puerta lateral que llevaba directamente a las Grutas, así acceder después a la capilla de san Jerónimo.
El nicho ocupo el mismo lugar en el que durante 37 años estuvo sepultado su antecesor, el beato Juan XXIII, al que tanto valoraba, quería y admiraba Karol, y que hoy están unidos perennemente en la santidad.
Una lápida de mármol blanco de Carrara – sencilla, sin adorno alguno – cubrió la sepultura. En ella se podía leer la inscripción: “Ioannes Pavlvs PP II. 16. X.1978 - 2.IV.2005”, aludiendo a las fechas de su proclamación como Santo Padre y día de su muerte.
Tuve tiempo de ver la tumba de manera especial al ser invitado del cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, ex gobernador del Estado Vaticano. El sepulcro ocupaba un espacio abovedado de la cripta, presidido de un bajorrelieve en mármol que representa una Virgen con el Niño en brazos y dos ángeles.
Una maceta de calas blancas y un pequeño cirio encendido acompañaban en esos momentos el hipogeo.
A pocos metros de la Tumba del Apóstol san Pedro, al lado de la de la reina Cristina de Suecia y frente al sarcófago de Carlota de Chipre, siendo esa la razón curiosa de que Juan Pablo II sea el único Vicecristo sepultado entre dos mujeres.
Aquel día, más que otro posiblemente, al ver el cercano “Sepulcrum Sancti Petri Apostolo”, sentimos que los restos del prime Papa, que presiden la cripta, impresionaban el espíritu e incitaban a sentir la abstracción cristiana cincelada en una pasión, y venida al encuentro de los cristianos hacía tres milenios.
Juan XXIII y Pablo II ya están en el santoral de los benditos de Dios.