Con el Papa Juan todas las ocasiones servían para disfrutar. Recién elegido papa, los alumnos del Colegio Español de Roma fueron a saludarlo y después de los aplausos, el papa comenzó a leer su discurso: "Queridos higos...". Y los chicos empezaron a reirse. Juan XXIII los miró y empezó a hablar en "itañolo". "No, no, me he equivocado, vosotros no sois higos, fichi, sois hijos, figli, no fichi, no higos...".Ovación, los jóvenes, "hijos", se reían felicísimos. El papa también. En este ambiente el papa Juan se olvidó de leer su discurso y se puso a contarles cosas de su vida de estudiante. Pio XII se ponía rojo si se equivocaba. Juan XXIII lo pasaba en grande cuando se equivocaba.
Se consideraba un hombre corriente al que había hecho papa. Un día de verano, se perdió por los jardines de Castelgandolfo. No le encontraban, hasta que por fin una patrulla de policias le encontró en el recoveco del jardín con los albañiles que reparaban el muro. Antes, ellos le vieron venir:
-Mira es el papa
-¿Me invitáis a un tinto con vosotros?
Sentado con los albañiles, el papa hizo un corro con ellos y le dieron un vaso.
-Espera no eches todo de una vez, hay que preparar el vaso.
Limpió el vaso con dos dedos girándolo lentamente, como en su pueblo.
-Echa ahora, y llénamelo.
En plena conversación aparecieron los policias.
El papa les dijo que bebieran un tinto con él y con los albañiles. Y Javierre cuando lo contaba decía:"fue la copa más democrática de la historia pontificia".
Todos le querían, incluso los distanciados de la iglesia. Aquella noche romana parecía más oscura que otras noches, porque el papa se moría. Maruja ha escuchado la pregunta del taxista que le deja en la puerta de su casa:
-Señora -mientras le da la vuelta- ¿hay más noticias? ¿Sabe usted cómo sigue? No hacia falta decir de quien se hablaba. Y el taxista confiesa ingenuamente:
-Yo no sabía qué, y deseaba ofrecer algo por él. He pensado que lo mejor era arreglarme con mi cuñado. Estábamos reñidos, de hace años, y le prohibí que entrara en mi casa. Le he llamado, para que viniera, y ha venido. Le he dado mi mano, y aquí no ha pasado nada. Al fin y al cabo, si el papa recibió al ruso, al yerno de Kruschev, no caerá mal que yo perdone a mi cuñado.
Al final, en su Diario del alma, escribió:
-Confio mi alma a la misericordia del Señor uno y trino...Pido perdón a quienes sin pensar haya podido ofender...Por mi parte nada tengo que perdonar, siempre vi en cuantos me conocieron y trataron hermanos y bienhechores, aún aquellos que me ofendían y despreciaban...Hijos míos, hermanos míos, hasta la vista.