«No hay mejor palabra que la que no se dice». Con este aforismo escéptico trato de transmitir a mis alumnos la idea de que todo nuestro lenguaje nos desvela. No solo nuestros silencios o vacilaciones, también nuestras palabras. Dicen lo que parece que dicen, pero, al mismo tiempo, descubren lo que tratamos de ocultar o contienen implicitaciones que son, en realidad, el contenido sustancial de las mismas.
Estos últimos días hemos asistido a algunos de esos significados evidentes no dichos por lo manifestado. Déjenme fijarme en dos, ambos institucionales. El primero pertenece a la heredad de Valdés Salas: «La Universidad lanza un plan para captar alumnos ante la reducción de la matrícula», decía el titular de La Nueva España del seis de abril. Y la información aclaraba que la reducción de años en las carreras y el aumento de las preferencias por la Formación Profesional hacían que hubiese menos alumnos en las aulas que imparten estudios superiores.
¿Cuál es el significado real de esa disposición? ¿Quiere decir que la Universidad, preocupada por el futuro de los asturianos, los anima a que cursen estudios superiores, más útiles para ellos? No, quiere decir, simplemente, que las plantillas universitarias, preocupadas por el descenso del número de matriculados, temen por su poder, por su proyección social y, fundamentalmente, por sus puestos de trabajo. De modo que lo que traduce esencialmente esa campaña es que el objetivo fundamental de la Universidad no es mejorar sus relaciones con la industria, facilitar el empleo o la investigación, elevar el nivel de instrucción de los ciudadanos, etc., sino, pura y simplemente, la propia «universidad», esto es, el conjunto de los que allí están empleados. El juicio sobre ello emítanlo ustedes.
En relación con los problemas de la enseñanza, he expresado muchas veces que la mayoría de los discursos que sobre ella se emiten no tienen nada que ver, en puridad, con sus problemas reales, son puros tópicos que se encuentran tan alejados de la realidad como el primer instante de la inflación del universo de nuestro presente. Pero he aquí uno de esos problemas que apenas se dice: el que en muchas ocasiones, lo que se proclama sobre la enseñanza no tiene nada que ver con lo que debería ser el objeto fundamental de la misma, la instrucción y formación de los ciudadanos, sino con la defensa de los puestos de trabajo y de los intereses de los empleados, lo que está muy bien, pero que es cosa distinta a la tan agitada bandera de la «calidad de la enseñanza». Cuando además, vía sindical y discursivo-ideológica, el núcleo central del problema del empleo se enmascara con proposiciones que afectan al mismo ejercicio de la enseñanza en las aulas —ya en materia de profesionales, ya de contenidos, ya de relaciones entre alumno y profesor— y esas proposiciones se plasman en la realidad, el daño ser multiplica. A propósito: un ejemplo de ese conflicto lo han tenido ustedes en estos inmediatos días, en las posiciones encontradas de sindicatos e interinos con el Gobierno.
La segunda de las manifestaciones que invitan a la meditación es la de la rula de Avilés a propósito de las «continuas inspecciones» que se realizan, según pescadores y comercializadores, en el puerto pesquero; más que en otros puertos, en su decir, y que, según ellos, «espantan» a los barcos, que preferirían otros lugares de arribada por temor a esas inspecciones. Lo curioso es que esa misma queja se repite a lo largo de los años. Así, por ejemplo, si ustedes tienen la curiosidad de ojear La Nueva España del 27/10/2011, encontrarán la misma protesta con idénticas palabras. Ahora bien, no es esa la cuestión, sino lo que parece implicar: ¿por qué tienen miedo a las inspecciones esos barcos? ¿Acaso actúan con algunas o muchas irregularidades? ¿Tal vez sostienen que esas irregularidades «cuelan» mejor en otros puertos, donde se haga la vista gorda? Y la sociedades que representan a los pescadores y a la rula, ¿es que lo que sostienen es que no deben hacerse inspecciones o que deben pasarse por alto las anomalías?, ¿acaso que debe avisarse previamente de esas inspecciones?
Final. A la hora de redactar este artículo se hace público que en ciertas zonas de Asturies, los ciudadanos conservamos genes únicos y muy primitivos. Desconozco si la posesión de ese gen debe tenerse como una virtud o como un defecto, si el impulso que contiene nos hace avanzar o retroceder, solucionar los problemas o complicarlos. Es posible, como hipótesis, que sea él el que explique las anomalías de nuestra conducta social y política, algunas de nuestras extravagancias, incluidas las administrativas, por ejemplo, esa grosería incompetente de abrir Tito Bustillo sin dar conocimiento de ello al ayuntamiento de Ribesella, donde se ubica. Tal vez aquellos habitantes-artistas del santuario fuesen portadores ya del gen que ahora causa el que sean víctimas de desconsideración sus descendientes.
En todo caso, el decir-hacer del Gobierno asturiano al respecto es una patente mostración de lo que significa en el fondo ese su quehacer-decir: su incompetencia y su desprecio por la realidad asturiana y por las instituciones que la representan en el ámbito municipal; por los ciudadanos, en último término.