El eterno Gabo

Leemos que Gabriel García Márquez  - el autor ya  inmortal   de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”,  “La hojarasca”,  “El general en su laberinto”, “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba”,  “El otoño del patriarca” o “Crónica de una muerte anunciada” – está, según afirma   una de sus hermanas,  enfermo de cuidado.  Suplicamos al cielo protector que nada más sea una invención de Melquíades en la ciénaga de Macondo entre sus espejismos y baratijas.

 

Ante tan mala nueva, es motivo abatido para  hacer de estas palabras  una evocación al novelista, cuentista y periodista que ha dado tantas satisfacciones al espíritu humano.

 

Macondo, si lo recordamos, era un pueblo marcado en la soledad, la fantasía y el tiempo reprimido, donde había unos gitanos vendedores de todo lo imposible y un permanente cambalache de personajes  en cuyo epicentro una mujer, Úrsula, era la representación genuina del matriarcado ginecocrático, el cordón umbilical de una historia interminable donde el amor envolvía  cada acto de la realidad circundante en una marisma sexual y violenta.

 

El personaje de esa novela es parte integral de una ceremonia de iniciación esotérica, una trashumancia de luz, sombra y adivinación, en el que la mujer renace en círculos de pasión, locura y arrebatos, de tal forma que sus  alucinaciones son parte cabal de la realidad.

 

De este equipaje sobrenatural y mitológico, alguien dijo con discernimiento: cada hombre, mariposa o criatura proteica de  la novela,  es una copia de la memoria cuando a ésta la cubre una neblina de traslúcida soledad.

 

 En esas páginas pasa, como el rayo que no cesa, la historia de la Tierra en un santiamén, un ciclo de cien años donde vamos de la prehistoria de la raza humana hasta el Apocalipsis. Y en medio se expande, más allá de sus propias posibilidades, la trascendental esencia femenina.

 

 Con Úrsula uno entendió a la matrona como cadena palpable y real, cuya razón es legitimar la relación física y la descendencia según principios vitales.

 

  Y es que su figura es demasiada mujer y da miedo. Con una sola mirada se posesiona de cuerpo, hierbas,  pedruscos, cielo, pasión desgarrada   y espíritu trashumante.

 

 Entre ella y Fermina Daza, uno se queda con la  afinidad afectiva de esta última. En el  relato onírico, río arriba y río abajo, de  “El amor en los tiempos del cólera”, la realidad deja de ser entelequia y se humaniza de una forma pasmosa, y así,  uno siente  los suspiros de ese romance excitable construido de permanentes rechazos, separaciones y reencuentros.

 

 Y es que Gabo supo matizar  con vehemencia la existencia de la raza  humana dentro de una cognición mágica.

 

En estos instantes nuestras letras sueltas son un justiciero homenaje, cuando el cuerpo y la mente se le debilitan, y en ellas deberíamos afincar  su intelecto forjado en esa  ciénaga inmortal de Macondo empujada entre la brisa caribeña fraguada en la Guajira de los imanes inmortales, los espejos cóncavos de  Riohacha, los amoríos de vendedores  de guayaba entre mariposas amarillas, escondites de filibusteros y contrabandistas en Cartagena de Indias, teniendo como fondo de alegría subliminal el imperecedero Vallenato, unas letras musicales con el acordeón diatónico en sus tonos, una guacharaca usando cañabrava   y la caja vallenata que han marcado, hasta la médula,   el sentimiento autóctono de un pueblo  que Gabriel García Márquez  hizo sempiterno ante los ojos del mundo.

 

Conociendo hace años al autor colombiano, sintiendo hacia él una admiración agradecida, y habiendo trabajado en un diario y revista de Caracas donde también fue durante un tiempo “feliz e indocumentado”, creo que el mejor homenaje a su humanidad portentosa  sería cantarle  “A Dios le pido”  de    su amigo Juanes, una letra que le gusta escuchar con frecuencia y que en estas horas pueda oír en su casa de México con una alegría surgida de sus raíces creadoras:

 

“A Dios le pido

 

Que si me muero sea de amor
y si me enamoro sea de vos
y que de tu voz sea este corazón
todos los días a Dios le pido”.
Gracias Gabo, ahora y siempre haznos un amparo: vive.

 



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