No parece que sea circunstancial que se hayan recrudecido ciertos movimientos y actitudes que tienen como objetivo desestabilizar las instituciones que un día nos dimos, democráticamente, los españoles. Si los ataques más directos han procedido desde los sectores nacionalistas, con su desafío frontal al orden constitucional, ahora se incorporan maniobras dirigidas directamente contra el Rey,la Corona y la Monarquía.
En esa línea habría que añadir, desde el contenido del libro de Pilar Urbano, el insistente recordatorio de episodios negativos, como el caso Noos, la cacería de elefantes ,las amistades peligrosas y hasta la reiteración sobre el estado de salud del Rey. A última hora se ha sumado la crítica, por elevación, con ocasión del anteproyecto de Ruiz Gallardón que incluye, en la lista de los más de 10.000 aforados que reconoce nuestra legislación, las figuras de la Reina Sofía y los Príncipes de Asturias, en virtud de un sentido de coherencia ya que no parece acertado el hecho de que sea aforado un ministro y no el heredero de la Corona.
Tal inclusión ya ha desatado desaforados ataques, no al proyecto legislativo sino a la Monarquía como régimen constitucional, cuando lo más acertado sería pedir la revisión de todo el sistema de aforamiento, de difícil justificación en el sigloXXI.
El próximo 14 de Abril será el 83 aniversario de la II República y, con toda legitimidad, los partidos republicanos organizarán manifestaciones. La cuestión es si están los tiempos para dar marcha atrás y si no hay otros problemas más urgentes.
Con un planteamiento pragmático parece que no debiera entrar en debate si nuestra monarquía constitucional, sigue siendo la institución adecuada para la gobernanza del país. La respuesta positiva se apoya finalmente en que la monarquía continúa representando el elemento aglutinador, cuando al parecer no se ha alcanzado la plena reconciliación nacional y la propia democracia está vapuleada por la deslealtad constitucional y la partitocracia.
Podría decirse que la figura del Monarca evita los excesos de la partitocracia y sirve, también, para compensar la omnipresencia de los políticos en la vida pública.
Nuestra Monarquía, hoy por hoy, se encuentra dentro de ese reducido grupo de monarquías parlamentarias, como Gran Bretaña, Bélgica, Holanda y los países escandinavos, que han superado crisis y guerras, continuando con un indudable prestigio.
Tanto España como los países antes citados, tienen una gran tradición histórica y sus monarquías son símbolos de la unidad nacional y también la mejor representación viva de las tradiciones que vertebran un país.
Un régimen monárquico para mantenerse requiere que actúe con exquisita neutralidad, que esté por encima de los intereses partidistas, y que la Corona, la familia real, esté siempre a la altura de las circunstancias, cumpliendo sus obligaciones dinásticas.
Han sido los propios fallos monárquicos, y también los grandes cambios sociales, los que han determinado que la institución monárquica haya visto reducida su presencia como sistema.
En 1900 sólo había dos repúblicas en Europa: Francia y Suiza, pero al final de la II Guerra Mundial, la mayoría de los países europeos eran repúblicas y solamente sobrevivieron las monarquías que supieron adaptarse a los cambios. Será esa capacidad de ajuste, hoy y mañana, determinante para la continuidad monárquica porque tiene que acreditar su mejor servicio al país frente a otras alternativas y alcanzar una utilidad manifiesta que suscite general consenso, evitando los errores que pueden provocar el fin del reinado.
Por otra parte, los príncipes herederos cada vez lo tienen más difícil para estar a la altura de las circunstancias, ya que se puede heredar un trono, pero el afecto del pueblo hay que conseguirlo y guardarlo día a día.
Como dijo Weber, la historia no tiene guión.