Las hemerotecas están plagadas de tacos, insultos, meteduras de pata y salidas de tono.
Javier León de la Riva, alcalde de Valladolid, a propósito del nombramiento como ministra de Leire Pajín, comentó: “Cada vez que le veo la cara y esos morritos pienso lo mismo”. No le va a la zaga aquella otra de Pedro Castro, presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias: “¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?”. Jordi Sevilla, responsable de la política económica de los socialistas durante la etapa de Aznar, le manifestó a Zapatero que “dos tardes” serían “suficientes para aprender lo que necesitaba de economía”. Alfonso Guerra, exvicepresidente del Gobierno, dijo de Rajoy que era “un poco mariposón”. Y José Blanco, vicesecretario general del PSOE, que “se le veía el plumero”. José Bono, expresidente del Congreso, declaró sobre sus propios compañeros: “Hay mucha gente santa, algún malo y los del partido propio, que son unos hijos de puta”. Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid, se alegró de dar un puesto en Caja Madrid a uno de IU a costa de un “hijo de puta”, refiriéndose al consejero Fernando Serrano. Y así un sinfín de perlas dignas de engrosar los anales de la historia de la anécdota de nuestro país.
En todos los casos referidos hay una nota común: sus autores son políticos y, por tanto, todas estas frases deben enmarcarse en las prácticas al uso del debate público. Lo que no suele ser habitual es que un juez sea noticia por ser lenguaraz, o mejor, deslenguado.
Y ese es el caso del magistrado de la Audiencia Nacional Alfonso Guevara, muy prolijo en frases salidas de tono impropias de un miembro cualificado de la carrera judicial.
Hace unos meses le espetó a un acusado: “¡Usted se calla! Porque si yo soy mi escolta ayer... el culatazo que se lleva por el escándalo que estaba armando allí..., hoy tiene la cabeza ¡vendá! Pero, claro, como aquí nos la cogemos con papel de fumar antes de tocar a nadie..., ¡vamos! Si yo llevo ayer arma, le hubiera dado un culatazo”.
Este juez, que además es presidente de la Sección Tercera de la Audiencia Nacional, es conocido por alguno de sus exabruptos a los testigos y a las partes durante las vistas, y el Consejo General del Poder Judicial le abrió expediente por faltas de consideración hacia los acusados.
Pero no quedan ahí sus destemplanzas.
Comoquiera que la sede principal de la Audiencia Nacional está en obras, el Ministerio de Justicia facilita a los jueces un coche oficial para trasladarse desde Madrid a San Fernando de Henares, localidad situada a unos veinte kilómetros donde se celebran provisionalmente los juicios y vistas de este organismo. Pues bien, dado que el magistrado en cuestión viene haciendo un uso indebido del coche oficial exigiendo que el servicio se realice desde su domicilio particular como inicio y fin del trayecto y no desde la sede en obras de la Audiencia Nacional, los conductores le han advertido de la imposibilidad de satisfacer estas pretensiones al no ajustarse a las órdenes recibidas. En lugar de aquietarse a tales indicaciones, el juez respondió con graves insultos y descalificaciones personales, según aseguran fuentes provenientes del parque móvil.
Actitudes como las del juez Guevara son indignantes y contribuyen a que los ciudadanos tengan una mala opinión del poder judicial y lo sitúen como uno de los más graves problemas que aquejan a nuestra sociedad.
Los jueces no pueden degradar impunemente la dignidad de las personas. El siglo XXI debe ser el siglo de un nuevo Renacimiento en el que cada poder ocupe el lugar que le corresponde y sus miembros respondan a las más altas exigencias éticas, morales y de servicio público. Deben erradicarse y corregirse con severidad las actuaciones de los jueces que actúan con prepotencia y, sobre todo, con impunidad.
¿Puede el juez Guevara permanecer en la Audiencia Nacional con su incontenible incontinencia verbal? ¿Puede un sujeto con esa personalidad administrar justicia serena, imparcial e independiente? Parece que no.
Kant ya afirmaba que “más que a la desgracia, los seres humanos tememos la injusticia”, a lo que Gumersindo de Azcárate proclamaba que “un pueblo puede vivir con leyes injustas, pero es imposible que viva con tribunales que no administren bien la justicia”.