Rusia a lo largo de su historia ha sido un enigma de la razón, y a la vez fuerza telúrica ante las adversidades.
Si camináramos en línea recta poniendo como fecha de salida el Principado de Kiev hasta el presente, nos daríamos cuenta de que no hay una sola Rusia, sino muchas, al ser esa inmensa tundra dividida un amasijo de razas y pueblos, cada uno con su propio estilo de vida, lengua y costumbres.
En pocos lugares del planeta las palabras de Milan Kundera son más ciertas: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, siendo esa la causa generadora en las tierras del Don y el Volga de sus escritores-monstruos, seres excepcionales con una misión sagrada traspasada de angustia en el “Réquiem” de Anna Ajmátova:
“No me amparaba ningún cielo extranjero, / no, alas extranjeras no me protegían. / Estaba entonces entre mi pueblo / y con él compartía su desgracia”.
Los mejores escritores y poetas cantaron ese drama: Dostoievski, Chájov, Iván Turguéniev, Gorki , Pushkin o Borís Pasternak.
La emancipación de los siervos en 1861, la revolución soviética de 1917; lucha de poderes entre Lenin y Trotski; la llegada de ese cuervo negro anunciador de muerte llamado Stalin hasta la “Perestroika”, Rusia mantuvo el sistema de ordeno y mando a rajatabla.
Hoy no es distinto.
Vladimir Putin ya puso sobre aviso a los que no se hayan enterado de su ansia de poder y el talante arbitrario que le embarga. No es demócrata ni aspira a serlo. Un analista político cercano explicaba: “Sus aliados, gobiernan mediante la intimidación y la manipulación de las urnas, sin perjuicio de liquidar a periodistas y rivales, en caso necesario”. Sobre esto último hay un drama aún vivamente actual: el exterminio de la Anna Politkóvskaya en Moscú.
Desde que llegó al poder de la mano del tutor Boris Yeltsin – tras su largo paso en las oficinas de KGB en Moscú -, la obcecación de Putin contra Ucrania ha ido in crescendo de una manera aberrante. En estos momentos, cuando se sentía seguro tras el levantamiento de la revolución en la plaza de Maidán que abrió el camino hacia la Europa de la Unión, lanzó el zarpazo contra Crimea. Se saltó, sin considerarlo, todo orden respecto a los convenios internacionales y a las fronteras de un país libre. A las Naciones Unidas ni las miró; a la Unión Europea, que apenas lanzó un pequeño maullido consistente en pedir a la OTAN ningún contacto militar, mientras al poderoso BarackObama no le hizo caso alguno ante el requerimiento de respetar las fronteras naturales de Kiev.
Rusia es un nación de una historia repleta de contrastes: inmensas tierras, espaciosos bosques, riquezas naturales, una población que sabe amar, rezar, beber y ser sensibles a las trovas. Un país que ha soportado todo tipo de represión, y aún supo mantener la esencia intelectual rodeado de poetas, novelistas y compositores, todos ellos considerados entre los mejores que ha dado la humanidad.
En medio, sus zares y emperatrices crueles; la dictadura más desalmada que conoce la historia de manos del comunismo durante 70 años, y aun así, son hombres y mujeres que sueñan, sufren y esperar una época de libertades y respeto a sus derechos que algún día tendrá que llegar.
Lo enunció el poeta ruso-estadounidense de origen judío, Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura: “No hay ningún país que domine como Rusia el arte de la destrucción de sus súbditos y un hombre con una pluma en la mano no puede remediar la situación”.
Los libros de sus extraordinarios autores – inmensos cual la tierra de abedules y estepas, portentosos hasta lo más profundo de las vivencias - dejaron lo mejor de las historias de la raza eslava, y aún así, jamás se pudieron cumplir los afanes idealizados en el profundo espíritu de la madrecita Rusia.
Vladimir Putin hace tiempo que se considera Zar de Todas las Rusias, la de los Cárpatos que comienza en las llanuras de Ucrania a los Urales. Cuando se halla en los muros del Kremlin o en la fortaleza-catedral de san Pedro y san Pablo en San Petersburgo, su mirada a modo del halcón peregrino, la clava en el aire, mientras sus ojos observan el extenso imperio mientras reza a san Andrés, el relicario predilecto de su fe ortodoxa.
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