El azote del mal entra en nuestras vidas a través de las imágenes de la televisión: ahí están las guerras, el hambre, el terrorismo, la violencia y cualquier clase de injusticia que hiere a tantos hermanos. Pero nosotros nos hemos acostumbrado a todas estas cosas y seguimos indiferentes. Sin embargo, el evangelio nos cuenta que Jesús siempre gira alrededor del hombre para hacer algo por él, aunque sea en sábado.
A pesar del milagro del ciego la oposición a Jesús sigue creciendo. Los discípulos no se enteran de casi nada. Los familiares del ciego no quieren meterse en líos. Los fariseos lo tachan de endemoniado porque cura en sábado. Y los que le acogen no son los de la misma sangre, sino lo que no pintan nada como ese ciego que describe el evangelista Juan.
Jesús saco al ciego de las tinieblas y lo devolvió a la luz. A la fe. Para algunos la fe es una neurosis, algo del pasado o un medio más para palpar milagros. Pero el evangelio nos dice que la fe exige un encuentro y un diálogo con Cristo, como el que tuvo el ciego. Por eso no está mal preguntarse cómo es nuestra fe, ¿la que escucha a Jesús o un tranquilizante de conciencia?