Les pongo una foto que ilustra la guerra de cifras. Si no hubo dos millones y medio, como decía la prensa extranjera, déjenlo en la mitad: un millón y cuarto. Yo estuve allí, entrando desde Aravaca con la marcha del Noroeste y puedo contarles del ambiente festivo-reivindicativo, de las coloridas banderas, las pancartas impresas o amanuenses, los viejos y nuevos eslóganes y mensajes en papel, cartón, tela, disfraces, de los cánticos, de las gaitas, las charangas, los ancianos y niños, familias completas, pandillas, grupos…y puedo decirles que estuvimos horas parados, sin poder movernos hasta que se hizo de noche. Y puedo asegurarles que nunca vio Madrid -y vio muchas- una mani tan grande. Juzgue usted mismo.
Nada que ver con esa visión ofrecida desde el Gobierno y sus adláteres: éramos neonazis (según el presidente de la Comunidad de Madrid) o grupos de ultraizquierda (según el vicepresidente de la misma comunidad?) a los que se añadían los perroflautas antisistema del 15M, los etarras de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y los peligrosos terroristas yayoflautas. Y mire usted lo que ocupábamos, oiga, semejante catálogo de seres y estares convocados boca en boca, vía Twitter, Facebook, Youtube, blogs, email… sin contar con los partidos y sindicatos mayoritarios ni con los medios de comunicación convencionales.
¿Qué van a hacer con tanta gente? No procurarles el pan, trabajo y techo que piden, no, sino criminalizarlos, juzgarlos, expedientarlos, acusarlos, incluso con falsas imágenes. La prensa gubernamental (ya vimos que El País ma-ta por ser la que más) es capaz de envolver a los nazis de Ucrania de una aureola romántica, o de conmoverse por la primavera árabe, pero cuando jugamos en casa cambian las tornas: aquí las fuerzas de seguridad se comportan siempre de forma ejemplar y las autoridades nunca mienten, ni roban, ni abusan del poder para enriquecerse. Ellos son los buenos y los que salimos a la calle nos convertimos automáticamente en una amenaza. Para ellos, claro. Ellos, en su poltrona, al machito, cobrando y robando a partes iguales, desprestigiando la democracia, anulando la separación de poderes, cambiando las leyes a su antojo y negando el pan y la sal al pueblo. Somos un peligro para sus intereses, un zumbido que altera su plácida siesta en los escaños y mullidos asientos oficiales. Nos quieren mayoría silenciosa y no dudan en callarnos la boca. Pero la criminalización no es la solución, mienten tanto como miedo tienen.
En esta nueva ocasión, a pesar de todos sus esfuerzos, nuestras voces se han oído alto y claro. Por el escenario instalado en Colón el 22M pasaron discursos frescos, caras nuevas, posiciones legítimas y muy interesantes. Hablaron a cara descubierta mujeres y hombres, desempleados, excluidos sociales, activistas, afectados por los recortes y por las hipotecas. Pero eso no interesó a buena parte de la prensa tanto como lo que un grupo de exaltados hizo después de la concentración. No más de lo hacen cualquier domingo a la salida de un partido de fútbol de alta rivalidad y no veo que las delegaciones de gobierno expedienten al Madrid o al Barça...
Hay muchas lecciones que extraer del 22M, quizá la más importante es que la unidad entre fuerzas dispares es posible cuando hay un objetivo común. Los jóvenes herederos del espíritu del 15 M son más asamblearios, menos dogmáticos, los viejos caimanes curtidos están mejor organizados, resultan más eficaces. Si en la confluencia de esfuerzos y voluntades aprendemos unos de otros, este país estará empezando por fin a construir una verdadera democracia, la basada en la ciudadanía y no la que tenemos, al servicio de unos pocos. De los de siempre.
Y para terminar, les dejo con la Solfónica, en el momento en que se acabo la fiesta y empezó la rifa de las hostias. ¿Y saben dónde estaba la tómbola? En la calle Génova, mire usted, con muletas simuladas y provocaciones en diferido, dispuesta a entrar en acción en directo para el Telediario de las 9, cuando no había ni acabado el acto...