El ayer nos tritura o envuelve, el hoy nos dignifica en ciertos aspectos y nos obliga a caminar hacia el futuro, el mañana nos hará inmortales. Mientras, sobre un tiempo u otro, el ser humano va a la deriva, como las naves, las nubes o las sombras en la palabras subliminales de Tomás de Kempis.
Cada hombre o mujer es un Cosmos y todos unidos, la esencia de la perennidad. Fue el propio Jesús de Galilea, el Cristo, quien lo señaló: “Quien cree en mi, no morirá”. Y media humanidad lo admite a cuenta de esa esencia llamada fe, una entelequia que uno entiende un poco mejor leyendo “El sentimiento trágico de la vida” de Miguel de Umanuno, o al francés Joseph Ernest Renan con su busca histórica del Nazareno.
Ahora los científicos, los nuevos dioses, en tubos de ensayo, sobre guarismos y en caldos fermentados, igual a la vieja Cábala, crearán el nuevo hombre, el súper Adán. Le inyectarán sustancias para que la maldad decrezca y la bondad aflore en cada uno de sus poros. Era el sueño de de Paracelso, Miguel Servet, Campanella y Leonardo da Vinci entre otros alquimistas del siglo XVI.
No se sabe bien, y aún así podrá llegar un día en que la humanidad ame a su semejante con diáfana certeza, en lugar de matar y destruir. Es una utopía, pero los nuevos descubrimientos de la ciencia abren esa esperanza.
A lo mejor sucede todo lo contrario, y nos destruiremos antes de lo previsto.
Hace un tiempo – unos cuatro años - se presentó una fórmula para crear a una persona, siendo el comienzo de un nuevo hombre moderno en la evolución. El genoma humano fue completado en forma de lenguaje químico y con millones de bases nitrogenadas se puede hacer la nueva raza intercambiando diversos cromosomas.
Nietzsche predijo la muerte de Dios, otros lo inventan cada día. Algunos, como Henry Miller, le piden que solamente sea amor. Yo añadiría esperanza, el sostén de todos los anhelos, la verdadera razón de vivir.
El Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston, ha desvelado el mecanismo genético que controla el desarrollo del cerebro y la capacidad intelectual en los mamíferos superiores, incluyendo al homo sapiens.
Ahora científicos de Estados Unidos han dado un paso gigante al crear una célula sintética como la que tiene el ser humano. Vamos hacia la vida artificial.
El doctor Moreau llegó para quedarse. Su isla, donde el actor Marlon Brando convertía animales salvajes en seres pensantes, está ahí, a un paso de hacerse realidad.
Aristóteles lo intuyó cuando dijo: “Sólo hay una situación en la que podamos imaginar administradores que no necesiten subordinados, y dueños que no necesiten esclavos. Esto sería así si cada instrumento inanimado pudiera realizar su propio trabajo, como si una lanzadera pudiera tejer por sí sola y un arpa su propia música”.
Ha comenzado algo temible o sublime. O las dos cosas: ver la mirada de Dios o sentir su aliento. En mitad se ese camino se halla la fabricación de vida sintética. ¿Tendrá espíritu?