Según mi humilde criterio y nada proselitista intención de influir en otros, los políticos son para mí como un juanete en el pie que, por mucho que te atormente no puedes evitar soportarlo dentro de tus zapatos porque los zapatos son imprescindibles para caminar dentro de nuestra desquiciada, falsa y raramente bondadosa sociedad.
Vengo escuchando y leyendo estos días exponer que, Adolfo Suárez el que fue presidente de todos los españoles en la famosa transición nuestra, hizo maravillas durante su mandato, mientras que anteriormente, cuando todavía ostentaba el poder, echaron pestes de él, cuando no demostración de vesánico odio. Razones posibles para este cambio radical de ahora: la cercanía de la muerte que nos pone a todos al mismo nivel de futura, total inactividad e injusto olvido.
Yo que tengo observado, frecuentemente hasta de cerca, esas deprimentes, cuando no malvadas e inhumanas actitudes de algunos hijos que, los que todo saben o creen saberlo, atribuyen al complejo de Edipo o de Electra, me tiene profundamente admirado y conmovido el sacrificio, la fidelidad, la dedicación y el amor que viene demostrando, para con su padre, durante años, el hijo de Adolfo Suárez que, con sentidas lágrimas en sus ojos y enorme congoja en su corazón nos anunció que la vida de su padre se estaba apagando.
Y yo digo que, para un padre, haber traído al mundo un hijo tan extraordinario como ese, debe ser el más grande de todos los premios posibles a la paternidad.
¡Que cunda el ejemplo!