El gobierno despótico de Nicolás Maduro, como antes el de Hugo Chávez, ha dejado caer sobre Venezuela una ideología marxista que pasa sobre el control sistemático de todas las libertades que la sociedad ha forjado durante años en la Carta Magna.
Las leyes leguleyas que ahora existen son las forjadas con manos atiborradas de ignominia, emergidas de un llamado “Socialismo del siglo XXI”, que no es otra realidad que la encadenada en la Constitución de Cuba.
Al no existir separación de poderes, el Tribunal Supremo de Justicia, Asamblea Nacional, Contraloría General, Fiscalía de la República, Consejo Nacional Electoral –con cinco directores, cuatro de ellos miembros prominentes del chavismo - Defensoría del Pueblo, Banco Central, Policía Nacional Bolivariana y Fuerzas Armadas, además con el remoquete de “Bolivarianas”, están sumisas a las arbitrariedades brotadas del poder ejecutivo.
El primer caído en ese anagrama de dictadura sofocante es el derecho a la opinión: cerrar la voz, el oído y la palabra a todo mensaje que no haya sido trillado hasta la saciedad por el “Comité de Salud Pública de las Ideas”. Sin prensa, radio y televisión libres, nada existe, al vivir en ese “Mundo feliz” de Aldous Huxley, en cuyas proféticas páginas unas poderosísimas fuerzas impersonales “empujan a la sociedad hacia un totalitarismo muy poco humano”.
En otro libro, “1984” de George Orwell, sentimos la detonación escalofriante de lo que sería una dictadura en un mundo imaginario, la cual llegaría en proyección aumentada con la venida de Hitler al supremo poder de Alemania, y antes, en el instante sangrante en que la opresión rusa comenzaba a caminar por la estepa helada del gulag de las almas perdidas.
Quisiera ser testigo de mi tiempo y no callar ante los abusos despiadados del actual gobierno en manos de un personaje falto de experiencia política – Nicolás Maduro -, escogido a dedo por Hugo Chávez.
El pueblo venezolano, hoy masivamente en las calle con el ímpetu indómito de los estudiantes, no debe olvidar las palabras heroicas: “Luchar por la libertad es la libertad misma”.
Al pueblo venezolano le están arrebatando el aire fresco de sus sagrados derechos humanos, y ya cansado de sufrir en carne propia el escarnio del totalitarismo, ha despertado con tal fuerza indómita que será imposible que se entregue. El país ya no puede permitir tanto desasosiego, abusos, crímenes y humillaciones de un gobierno chavista que ha perdido toda legitimidad.
Acaeció en Berlín, al principio de aquella barbarie nazi, la llamada “Noche de los cristales rotos”, lóbregas sombras caídas sobre comercios, sinagogas y moradas judías, bajo el resplandor de gigantescas fogatas atizadas con libros. Hitler, en medio de ese resentimiento incontrolado, comenzaba a tejer su malla opresora y nadie parecía darse cuenta del espanto que llegaba. Cuando se supo, era demasiado tarde. El Führer, desprovisto de máscara, saboreaba la primera copa de la sangre cuajada en la que iba a ahogar a Europa.
Ahora Venezuela sufre “Las noches y los días de las libertades destrozadas”, preludio de la pesadilla espeluznante que le aguarda al país por el que Simón Bolívar y Francisco de Miranda escribieron y fraguaron el pergamino de las libertades teniendo como base imperecedera los derechos inalienables nacidos de la libertad.
No es un axioma arrebatado en un momento de aspaviento decir que “Venezuela se desangra”.
La vida de 35 estudiantes que en el último mes y medio han sido masacrados por las fuerzas policiales y los grupos de cuatreros armados del régimen, las docenas de jóvenes detenidos, los alcaldes de la oposición en la cárcel siguiendo el camino expedito de otros dirigentes políticos que la Corte Suprema, sin juicio – haciendo caso omiso de la Constitución y siguiendo las órdenes de el inefable Nicolás Maduro - condenó en sumarios perentorios, sin abogados, testigos ni pruebas fehacientes, hablan de una dictadura aberrante que el pueblo criollo, tras 15 años de oprobios, abusos sin parangón, miseria, inflación galopante – la más alta de América Latina - violencia sin cuartel e injusticias a mansalva, ya no está dispuesto a seguir padeciendo.
El pueblo venezolano ha dicho ¡basta! Y no cesará de hacerlo hasta ver esa tierra de gracia libre del yugo de un colectivismo desalmado y perverso.