Si yo tuviera que elegir una conversación del evangelio que reflejara la misericordia de Jesús, sin duda que eligiría el pasaje de la Samaritana. La grandeza de corazón de esta mujer y la misericordia del Señor expresan hasta que punto un pecador no entra nunca en el evangelio por la puerta trasera, sino por la puerta del corazón de Cristo.
Esta mujer pasaba de largo por los pozos de la ciudad Sicar para evitar las malas lenguas. Y recorría medio kilómetro hasta el pozo de Jacob a buscar agua, una mujer joven, atractiva, inteligente, "con tirón". Y un buen día se encontró con un desconocido, y hablando con él volvió a reencontrarse consigo misma. Al principio no entendió la imagen del "agua viva", ni "el don de Dios", pero cuando abrió su alma, y le dejó pasear por la conciencia, ella recuperó "el río de agua pura" del alma, y sus heridas empezaron a cicatrizar.
Después que la flecha dio en el blanco, aquel desconocido judio le confesó que era el Mesías y ella le creyó. A nadie se lo había dicho antes. Con la fe recuperó la confianza y se hizo pregonera del evangelio en su pueblo. Esta historia se repite muchas veces. Porque ser hombre o mujer es equivocarse. Pero, sobre todo, es tener el coraje de reencontrarse, como lo hizo esta mujer, consigo misma y con el Señor. Por eso, yo sigo admirando a la Samaritana.