Tal vez, si el poder superior no lo impide, el ex presidente de Gobierno Adolfo Suárez se enfrenta a una muerte inminente. Su situación, al decir de su familia, es grave, tiene 81 años, y la enfermedad ha ido consumiendo su cuerpo y percepción irreversiblemente de la vida.
El mal que ha venido padeciendo desde hace unos años – Alzheimer - , se desarrolla sin pausa, al ser una afección cerebral progresiva y degenerativa que afecta la memoria, el pensamiento y la conducta. Se regresa simbólicamente al vientre materno, al principio de la vida, cuando ésta lo era aún sin serlo.
Se la denomina “temible enfermedad del olvido” y es la principal causa de la demencia total.
Existen relatos conmovedores. Algunos escritores han dejado sobre ello turbadores documentos. En sus memorias Max Aub, dice en una de sus cuartillas: “Paulino Masip viene a comer. ¡Quétristeza!”
Y relata la escena con mesura: “Se da cuenta, le asoman las lágrimas a cada momento cuando se acuerda de algún hecho preciso. Estoy seguro de que piensa: ¿Para qué seguir viviendo así? Falta de riego cerebral. Ojalá piense como está; es decir, ojalá no coordine dándose cuenta de su aspecto lamentable.”
La enfermedad es una gradual pérdida o deterioro de la capacidad cognitiva. Destruye lentamente las células del cerebro y todos los recuerdos vividos se borran de la memoria.
Uno recuerda el caso de María Teresa León, la esposa de Rafael Alberti, tan escritora como el poeta, y también más sensible. Ella se perdió entre los eucaliptos de la mente y no regresó jamás.
Su hija Aitana, en aquel sanatorio en las estribaciones de Guadarrama, cerca del Madrid de los Austrias, la perpetuaba en su querencia:
“Las manos acarician las mías. ¿En qué mundo remoto se habrá intrincado aquella mente? ¿Dónde quedó el pujante espíritu que arengaba a los milicianos con discursos emanados de lo más puro del corazón?”.
El mal del olvido y la niebla posada en el alma, es una de las más grandes plagas del intelecto, aunque el enfermo, una vez posesionado de ella, no siente que la padece, está fuera de toda concreción del tiempo, se halla en una especie de limbo.
Hace meses recibí una corta esquela en la que una amiga de años dice con apesadumbrado sentimiento: “Joaquín – el gran periodista Soler Serrano - se nos va, tiene Alzheimer. Apenas nos reconoce. Deambula por la casa mirando sin ver. Todo su esplendoroso pasado de amplios triunfos diarios, revistas, radio y televisión se ha evaporado de su mente. No sabe ya ni quién es.”
Es en el epicentro íntimo de la familia donde el drama toma magnitud de tragedia inconmensurable.
Alguien lo expresa de manera doliente:
“Si pudiera tan siquiera en algún momento recordar un rostro, la mirada del hijo, la sonrisa o la palabra de algún ser que amó y convive a su lado, eso sería reconfortable. Pero no; aún existiendo entre las paredes de la casa, él está comenzando a tomar el sendero del sendero sin retorno”.
Hoy, el mejor homenaje que se pudiera hacer a Adolfo Suárez sería no olvidarlo, ante lo mucho que hizo en favor de la España actual cuando esta más lo necesitaba.