Con ocasión del último aniversario del atentado del 11-M calificado como el más cruento de la historia de Europa, no han faltado las advertencias señalando que España podría verse afectada, en un futuro próximo, por el terrorismo yihaidista porque persisten los motivos y porque así lo han declarado con reiteración. Ayman Al Zawahiri, líder de Al Quaeda, pronunció en 2007 una arenga diciendo: “Juramos por Allah que no abandonaremos las armas, no detendremos nuestra guerra santa, no renunciaremos a nuestras creencias ni a Al Andalus, Ceuta, Melilla, Bosnia, Kosovo…”
Es notable la persistente fijación que el salafismo terrorista tiene con Al Andalus, manteniendo viva la necesidad de volver a ocupar nuestro país y muy especialmente Granada y Córdoba. Un reciente comunicado salafista no deja lugar a dudas: “El Yihad es una obligación para la nación islámica desde hace seis siglos, desde que se produjo la caída de la primera ciudad de Al Andalus. No lo es desde la ocupación de Palestina por los judíos, o la ocupación de Irak, Afganistán o Somalia por los cruzados, sino desde la caída de Al Andalus. El Yihad es una obligación desde entonces (1492) cuando Granada cayó”.
La actividad terrorista puede verse, además, favorecida por la creciente “autoislamización”, consecuencia de la gran cantidad de inmigrantes musulmanes, en torno a millón y medio, que acoge España. Este amplio colectivo hace más fácil la introducción de células radicales.
Estos movimientos, en plena expansión en España, persiguen la instauración de un califato universal con una moralidad ultraconservadora.
El proselitismo musulmán es de paz y tolerancia solamente cuando se encuentra en minoría. Es muy llamativo el caso de Arabia Saudí que financia mezquitas por medio mundo y prohíbe la construcción de iglesias en su territorio, incluso la práctica del culto cristiano está prohibida a los extranjeros residentes en aquel país. No hay reciprocidad.
En Europa hay ya más de 20 millones de fieles del Islam y esta cifra aumentará hasta 90 el día que Turquía se integre en la UE y por tanto entrará en plena revisión el concepto de multiculturalismo porque ya se detectan enormes fracasos en los procesos de integración, mientras que por el contrario crece el fundamentalismo. David Cameron y Angela Merkel ya han denunciado el problema.
El plan fundamentalista conocido como Eurabia está en pleno desarrollo. Con ese nombre se conoce la teoría geopolítica que augura una Europa en la que la cultura dominante no será occidental sino islámica y en la que la inmigración habrá multiplicado el número de adeptos musulmanes. No es algo coyuntural, corresponde a un proceso lento pero firme. Europa está ya plagada de mezquitas, mientras se cierran iglesias y el nivel de votos islamistas sube en los intereses de los partidos.
Existe un estado de alerta colectiva en toda Europa Occidental. En Gran Bretaña han decidido acabar con el paraíso yihadista en que se había convertido la capital británica, hasta merecer el calificativo “Londonistán”.
En Alemania, con cerca de 5 millones de yihadistas, el Gobierno se encuentra en guerra abierta con el salafismo y por ahora ha rechazado modificar el calendario laboral como piden grupos islamistas para incluir fiestas musulmanas.
De Londonistán a Eurabia hay un trayecto preocupante que va a exigir mucha reflexión por todas las partes, si al final se busca una convivencia social y éticamente válida.
La xenofobia es tan condenable como los propósitos de quienes desean cambiar la estructura del país que los acoge.