Adiós, Fausto

Cuando joven, la muerte es un golpe que te mueve a rebelarte, aunque sea inútil, claro. Más tarde te impacta, porque te parece inesperada, traidora, artera de mañas, cosa que realmente es. Y más tarde aún sólo te entristece, porque, como en un mal sueño, se va llevando grandes trozos de tu vida por el expedito sistema de borrar a los actores de la escena, como si un demiurgo caprichoso jugase a joderte el teatro de la existencia.

 

Cuando me llegó ayer la confirmación de que la vida de Fausto se había apagado definitivamente, en lo que espero que haya sido un alivio para él tras su ya tan larga enfermedad, aunque con tanto ánimo soportada. me pasaron por la cabeza tantas vivencias, tantas historias compartidas en una Asturias, entonces, llena de ilusión, de ganas de hacer, de puñestas y revolvines, de proyectos y aventuras, con distinto final pero con idéntico principio: la voluntad de hacer progresar esta tierra y a nosotros mismos dentro de ella.

 

Con Fausto, y con demasiados otros en los últimos tiempos --ya sé, ya sé que son sentires propios de la edad en que va uno entrando--, siento que se me va mucho de aquella Asturias, y tengo, además, la horrible sospecha de que aún no se produjo el recambio natural de aquellas fuerzas telúricas del empuje y la vitalidad. De que se va sin estar siendo sustituida.

 

Pero, en fin, no me puse a pergeñar estas líneas para hacer literatura fácil, sino para decir adiós a un compañero, un director, un amigo. Echaré de menos nuestras conversaciones verdeneras y bisoles. Ahora, descansa en paz. Hasta siempre, Fausto.



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