¡Seño, voy mexar!

 

Siempre me hicieron mucha gracia las historias que contaba mi mujer de sus andanzas cuando era maestra en la zona rural de Asturias.

Anécdotas y expresiones tiernas, humanas, naturales, consustanciales todas ellas a la peculiar –y por mí muy querida y admirada- idiosincrasia de los pueblos de nuestra comunidad.

Nuestra lengua es rica en aforismos, frases hechas, y abarca todos los campos de las relaciones humanas.

Desde afirmaciones maternales para restar importancia al llanto infantil y persuadir a su autor de que con tal actitud no se consigue nada (“Berra, berra, que así mexes menos”), hasta exclamaciones que persiguen disuadir de una determinada conducta (“Si te pego una hostia nun hay gaiteru que toque lo que tu bailes”), pasando por piropos irresistibles (“Yo por ti cuchaba en chancles y segaba el prau con la Gillete”).

Pero una de las frases más naturales y espontáneas por dimanar, generalmente, de los escolinos, es la pronunciada por éstos para anunciar a la maestra su intención de ir al baño “¡Seño, voy mexar!”.

La apelación a estas costumbres viene ahora a cuento a partir de una sentencia dictada por el Juzgado de lo Social de Mieres que anula la sanción de 85 céntimos (sí, leyó usted bien, 85 céntimos) impuesta por el Ayuntamiento de idem a una cuadrilla que acompañó de la zona rural a la villa a una jardinera que tenía necesidad de acudir al baño.

“¡Jefe, quiero mexar!”, nos imaginamos que sería la frase pronunciada por la jardinera para exteriorizar su deseo de idem, o de idem más uno.

Tal manifestación desencadenó un éxodo colectivo y la totalidad de la cuadrilla se desplazó en el vehículo municipal cubriendo la distancia de dos kilómetros que los separaba del casco urbano para que la jardinera en cuestión hiciera sus necesidades.

Esto dice poco del conocimiento del oficio que atesora la jardinera que parece desconocer que tanto las aguas menores como las mayores son elementos indispensables para el campo, según el refranero asturiano.

Así, “El mejor estiércol del sembrado es la huella del humano”; Échame basura y cambiaré la natura”; “Con agua y con estiércol, milagros ciertos”; “Abonando bien la tierra, tu cosecha nunca yerra”, por citar sólo, algunos de ellos.

Permítasenos ahora –y pedimos excusas por ello- apelar al lenguaje escatológico para analizar esta cuestión; no acertamos a encontrar otro modo más plástico para describir lo acontecido.

No sabemos si la jardinera pidió la ayuda de la cuadrilla porque no contaba con papel higiénico. Si así fuera, debería saber que “Cuando Adán era un niño y el papel no era un invento, se limpiaba el culo con pasto y con eso quedaba contento”.

Es probable que sin visitar su habitual trono –digamos, Roca- haga bueno aquél refrán que dice “Yo no sé qué será cuando no cago en casa, se me frunce el ojete y no me sale el sorete”.

En todo caso debe saber que hacer las necesidades mayores es un elemento común a toda clase y condición “Caga el cura, caga el papa, caga la moza más guapa”.

Pero lo más curioso, sin embargo, es que el juez autor de la sentencia basa el fallo apelando a la costumbre inveterada permitida y, por tanto admitida por el Ayuntamiento, de que sus operarios se desplacen de su itinerante lugar de trabajo a la zona urbana para comer el bocadillo o, como es el caso, para hacer sus necesidades.

Costumbres muy urbanitas para necesidades tan naturales. Cabe preguntarse: ¿irá alguna vez al monte la jardinera?; si lo hace, ¿llevará una bacenilla entre sus enseres?

En todo caso, nos ponemos a trabajar sobre el particular cagando centelles por si estuviéramos frente a una nueva costumbre de alcance jurídico -que parece que lo tiene, por el reconocimiento que de la misma hace el juzgador- susceptible de ser compilada.

Mientras, seguimos sorprendiéndonos con que dir y vorver y vorver a dir, solo cuesta ochenta y cinco céntimos.

 

 



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