Gabriel García Márquez – Gabo en toda Latinoamérica - ha cumplido 87 años, y en su casa de México recibió rosas amarillas y se le cantó el cumpleaños feliz. Se le veía contento y no se le notó mucho la enfermedad del olvido que padece y que ha dejado esa mente fabulosa envuelta en el vaho de la ciénaga de la Colombia caribeña donde reposan hasta la eternidad, y tal vez un poco más allá, las incomparables páginas de “Cien años de soledad”.
A Gabo se le homenajea leyéndolo o escuchándolo, y eso es lo que haremos hoy. Su voz, de una fuerza telúrica, se abre a la memoria y embelesa al lector. Escuchemos:
“Tengo la impresión de que cuando el lector tropieza y pestañea, por una falla del ritmo o cualquier otra cosa, allí se distrae y corro el riesgo de que se me escape. Yo quiero tenerlo agarrado por el cuello, desde la primera hasta la última línea.
Yo pienso permanentemente en los lectores, y eso me viene del periodismo. Además, yo empleo el mismo método, por eso he dicho muchas veces que la línea que separa al periodismo de la literatura es muy sutil. Me interesa más que los lectores me digan que mis libros les gustaron que los análisis críticos. Estos últimos años hace mucho que no los leo, salvo que sean cosas muy serias. Es una lástima que haya muerto Ángel Rama, que era un lector excelente, un crítico muy sencillo y sensible que me ayudaba mucho. Pero los lectores, cuando alguien me dice que no pudo soltar mi libro, me quedo tranquilo, porque eso quiere decir que lo atrape, que es lo que quería.
A mí me fascinan los folletines y las telenovelas. Lo malo del folletín y de la telenovela es el tratamiento literario, el melodramatismo demagógico, digamos. Pero esos autores trabajan con elementos de la vida real que son útiles para un escritor. A mí no me preocupa manejar esos elementos, siempre que pueda darles un valor literario, porque al fin y al cabo son cosas que le suceden a la gente.
Estuve a punto de publicar la novela - “El amor en los tiempos del cólera” - como un folletín, por entregas, como se hacía antes. La telenovela influye sobre las costumbres domésticas; hay casas donde se cambia el horario de las comidas para que puedan ver la telenovela las señoras y criadas. Es la fascinación de los hechos de la vida real. Poder hacer eso, con valor y calidad literaria, sería una maravilla. Poderlos atrapar en esa forma, hacerlos cambiar de costumbres para que se interesen por las fábulas de uno, tiene que ser la aspiración de cualquier escritor.
Creo que a eso de la computadora – ordenador - le han puesto demasiada música. Para mí, la computadora es una máquina de escribir mucho más simple, práctica y útil. Yo empecé con la pluma aquella de palo de madera y luego pasé por la estilográfica, la vieja máquina de escribir mecánica, la eléctrica y ahora la computadora, que no escribe las novelas por mí, sino que me permite trabajar mucho más rápido, y más descansado. Si a mí me hubieran dado la computadora hace veinte años, tendría dos veces más libros escritos”.
Gracias Gabo.
Tiempo glorioso aquel en la que aparició “Cien años de Soledad”. Ese realismo mágico revestido en tragedia personal de José Arcadio Buendía, patriarca de la estirpe y fundador de Macondo.
En esas páginas ya inmortales, transcurre la historia de la Tierra en un santiamén, ciclo trashumante hasta el Apocalipsis. Y, en medio, la presencia del hombre y la mujer se expande más allá de las ajustadas posibilidades humanas.