Drama y programa de investidura

«Hay personalidades vivas, con gran fuerza, con gran pujanza, con gran vigor como Cataluña y hay personalidades regionales muertas, como mi región /.../ Por eso, resucitar en Asturias un regionalismo político es pretender resucitar un cadáver.»

                    El escenario aparenta ser la Xunta Xeneral, un espacio de una cierta dignidad, pero, posiblemente, el de menores dimensiones de toda España de entre los de su clase. Aparenta, digo, porque, en realidad, el escenario donde de verdad está en juego aquello de lo que allí se habla, aquello que se dice pretender resolver no es este, sino el más amplio de España y de Europa, cuya evolución en los próximos meses condicionará la vida de todos nosotros.

            Pero, en todo caso, los actores se han dispuesto para la representación del drama como si se moviesen en un ámbito ciertamente clauso y autónomo. Hasta se han puesto de tiros largos todos ellos para la ocasión, especialmente los dos principales de Foro —el candidato y el portavoz—, que incluso parecen haber estrenado y pasado por el peluquero; don Francisco, por otra parte, parece haber recibido la admonición de que, cada vez que salga al estrado, ciña su chaqueta de botones cruzados, a fin de velar discretamente su ya dilatada biografía. Los candidatos masculinos actúan con aplomo y seguridad. Tanto Álvarez-Cascos como Javier Fernández —este sin papeles, apenas una ficha— transmiten la impresión de que saben lo que dicen, de que tienen soluciones y, sobremanera el candidato, de que se puede confiar en ellos y que son transparentes y sinceros. No obstante, el mínimamente avisado advierte que entre las costuras de la impoluta dialéctica de Álvarez-Cascos se advierte el dobladillo de sus falacias y sus medias verdades; entre las del patriotismo igualitario asturiano-españolista de Fernández, la desmemoria de que él y su partido han, entre otras cosas, impulsado el agravio del Estatut y la nueva financiación, en detrimento y mengua de Asturies. La dama, doña Isabel, ha estado nerviosa e insegura en su primera intervención —le han preparado un discurso deslavazado y de aguachirle, tal como ha sido la campaña del PP y la etapa posterior de negociación—, aunque ha mejorado mucho en el cuerpo a cuerpo de las réplicas.

            El tema central de la representación han sido los problemas de los asturianos. Pero solamente en apariencia. Con él y, con igual fuerza, se ha puesto en escena la pieza eterna del poder, que en esta temporada ha estrenado una nueva obra: la lucha por la hegemonía entre PP y Foro. Por ello, si Álvarez-Cascos ha estado casi versallesco con IU y PSOE, con Pérez Espinosa se ha mostrado pugnaz. Pero la nueva obra no tiene una sola acción principal, sino otra, la voluntad de hegemonía de Foro en el espectro político. Es esa la razón por la que el portavoz de la nueva formación, don Enrique, ha lanzado violentos mandobles a diestro y siniestro, especialmente a diestro (por eso, probablemente, en su emoción arrebatadamente profética, ha atribuido el «Lasciate ogni speranza voi ch’intrate» a la Biblia, y no al Dante).

            Y antes de apuntar alguna cosa sobre las medidas concretas del programa forista señalemos el gran ausente, el Estatutu. Que partidos que han presumido de desear una profunda reforma estatutaria en Asturies durante la pasada legislatura y que la han apoyado en muchos sitios (no solo Cataluña, también Valencia o Andalucía, por ejemplo) —siempre en detrimento nuestro— enmudezcan es muy significativo; que lo hagan los diputados de Foro que estaban en el PP —incluido el candidato a Presidente, al publicar esto ya Presidente— también.

            En cuanto a las concretas propuestas o medidas, hay que señalar, en general, sus dos elementos comunes positivos: la denuncia de retrasos o incumplimientos con Asturies (cosa que los demás solo hacen cuando no gobiernan en Madrid, aunque hay que señalar que algunos de esos retrasos se deben al propio don Francisco) y un cierto aire de modernidad y de sentido común en algunos enunciados. Y aunque ninguna de esas medidas era nueva —algunos llevamos proponiéndolas hace décadas, otras han sido enunciadas o puestas en práctica ya por otros, con mayor o menor acierto—, sí sonaban nuevas en la Cámara dichas en junto por un partido que va a gobernar. En concreto, la limitación del fundamentalismo en la conservación de espacios naturales, que se hace en detrimento de sus usuarios y configuradores, es una buena noticia. Van en la buena dirección las propuestas para el ahorro y la transparencia, que Foro comparte con otros muchos, y las de libre elección de servicios por parte de los ciudadanos —aunque son muy difíciles de poner en práctica estas últimas y pueden traer al final importantes complicaciones.

          

  Pero, señalada esa pátina positiva de una cierta ruptura con el tradicional conservadurismo y la cansina monotonía discursiva de la política mayoritaria (digo, otra vez, «mayoritaria») asturiana, hay que apuntar el que todo ello va a quedar en poco. En primer lugar, porque muchas de las obras que se pretende acelerar son competencia del Gobierno central, no del nuestro; en segundo lugar, porque para varias de las iniciativas —aun las de ámbito autonómico— no existe potestad legislativa; en tercer lugar, porque no se puede, al mismo tiempo y en esta coyuntura, bajar los impuestos (compromiso fehaciente), aumentar el gasto social y los incentivos empresariales, subvencionar el empleo y acrecentar la inversión en infraestructuras. ¡Y si además recordamos que Asturies debe al Estado 345 millones de euros, y que tenemos limitada la capacidad de endeudamiento…! Por decirlo de forma sencilla: a don Francisco le han regalado una calculadora que o bien tiene estropeada la tecla de sumar o bien el visor de los totales. ¡Y, claro, así suma y promete cualquiera!

         

   Pero, sobre todo, don Francisco hace como que olvida que, de momento, no tiene quien le apruebe los presupuestos y, mucho menos, las iniciativas legislativas. Así que el listado de medidas es, más que otra cosa, un catálogo de buenas voluntades y un estandarte de agitación política para en lo inmediato.

            Una última observación. A mí todo el discurso regionalista de don Francisco y su Foro me suena «ranciucu», bastante ranciucu, tanto en su articulación discursiva como en sus contenidos (lo del «Fuerza Asturias» —que pretende ser un «¡Fuerza Asturias!»— con que el portavoz del FAC cierra su discurso lo tomaremos como una provocación que pretende ser graciosa). Es muy indicativo, por ejemplo, su total silencio sobre la reforma estatutaria (requerida por cuestiones de dignidad, de capacidad, de igualdad y económicas). Asimismo, lo es su propuesta de suprimir los medios públicos de comunicación asturianos: una comunidad desvertebrada como la nuestra necesita —y más desde un proyecto pretendidamente regionalista— un lugar de los hodiernos donde reconocerse, encontrarse y proyectarse, es ahí donde se puede constituir la lucha por el reconocimiento y la identidad hegeliana en un mundo cada vez más uniformador.

        

    Por otra parte en la voluntad de agenciarse un pasado donde se suma todo lo que se encuentra en el camino (el llamado «Grupo de Oviedo», José Maldonado, Jovellanos…), uno puede caer en el ridículo más espantoso, al proponer como antecedente propio a un grupo, como el Reformista, de feroz vocación antirregionalista  (la cita que encabeza esta texto, de 1916, es de un discurso pronunciado por don Melquiades —el de aquí, no el de Macondo— en las Cortes) y, por tanto, antiasturiana. Y no digamos nada ya del incienso y el bálsamo hagiográficos con que se trata de sacramentar a don Francisco. Pues cuando uno, como hace don Enrique Álvarez-Sostres, para alabar la capacidad constructiva y fomentera del ya hoy Presidente, establece un parangón entre él y Prieto (con aquella babayada de «socialista a fuer de liberal» incluida) no debería olvidar que la figura del que fuera ministro incluye también al don Inda que trajo en el Turquesa las armas y las órdenes para la ruina de Asturies y la muerte en ella.



Dejar un comentario

captcha