La denominada “devaluación salarial” está siendo un éxito clamoroso, sin paliativos… para los poderosos. ¿Acaso ha aumentado la actividad inversora y ha mejorado la competitividad de nuestras empresas; se ha recuperado la senda de crecimiento y, fruto de ello, está creciendo el empleo? En estos y otros ámbitos, el balance es muy negativo. Pero no me detendré aquí. Propongo que trascendamos estas cuestiones, por relevantes que sean, y nos situemos en lo que, en mi opinión, es “el pollo del arroz con pollo”: La referida devaluación salarial expresa el triunfo indiscutible de las oligarquías económicas y las élites políticas, las del norte y las del sur.
1. Con la reducción de los salarios, muy superior de lo que reflejan las estadísticas agregadas, como acaba de reconocer el último boletín del Banco de España, los márgenes de beneficio de las empresas (de las grandes, sobre todo) están aumentando. Esos mayores beneficios, que no se están convirtiendo en inversión productiva, están alimentando las ganancias de los equipos directivos y los grandes accionistas. Acumulación de riqueza sin crecimiento, pura confiscación.
2. Con los recortes salariales y la espada de Damocles del desempleo (que se mantiene en niveles extraordinariamente elevados y que no bajará de manera sustancial en los próximos años), la capacidad de resistencia y de movilización de los trabajadores, y también el margen de maniobra de las organizaciones sindicales, se ha debilitado. La maltrecha negociación colectiva, si existe, ha quedado desvirtuada y confinada a cuánto salario están dispuestos a renunciar los trabajadores para conservar el empleo (o, para ser más precisos, para intentar conservarlo) ¿Cuándo soñaron los empresarios disponer de una relación de fuerzas tan favorable para sus intereses?
3. En paralelo a la degradación salarial, están cambiando, para peor, las condiciones de trabajo dentro de las empresas: aumentos en la jornada laboral, intensificación de los ritmos de trabajo, crecimiento de la parte variable del salario sujeta al cumplimiento de objetivos, realización de horas extras no remuneradas… En definitiva, sobreexplotación de la fuerza de trabajo y pérdida de derechos. Entretanto, las patronales, agradecidas y arrogantes (exigiendo llevar la reforma laboral más lejos), pues han encontrado insospechadas vías de enriquecimiento.
4. Con la merma salarial, y con los recortes practicados sobre el gasto público social, con la ocupación y desmantelamiento del estado de bienestar, con una fiscalidad regresiva y con la ingente cantidad de dinero público encauzada a los bancos y a los grandes acreedores, con todo ello, los costes provocados por la crisis los está soportando la mayoría social. ¡Qué importa que la crisis se originara en los mercados financieros y que hunda sus raíces en un proceso de acumulación y de distribución capitalista pernicioso e insostenible!
Volviendo al comienzo, ¿devaluación salarial para aumentar la competitividad, restablecer el crecimiento y crear empleo? No, estamos asistiendo a un verdadero golpe de mano del poder, que está aprovechando, ¡y hasta qué punto lo está haciendo!, su oportunidad; ha encontrado en la crisis la tormenta perfecta.
Y todo esto sucede ante unas izquierdas debilitadas, desorientadas y fragmentadas, enredadas en debates estériles y en personalismos paralizantes, encerradas en sus respectivos chiringuitos. Pero lo cierto es que vivimos una situación de verdadera emergencia. Me pregunto si las izquierdas sociales y políticas estarán a la altura de las circunstancias, si serán conscientes de la gravedad de la situación y de que la degradación laboral, social y productiva que estamos padeciendo será, ya es, difícilmente reversible. ¿Serán capaces de articular y movilizar a la mayoría social en torno a objetivos centrales, que detengan la deriva actual y que abran el camino a un nuevo escenario? Esta es la cuestión.
*Profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense, miembro de la asociación econoNuestra y coautor del libro “Fracturas y crisis en Europa”, Clave Intelectual-Eudeba, Madrid, 2013
Tomado de Econonuestra