Fernando Alonso y el sufrimiento actual

Durante muchos años, a mi familia y a mí, la Fórmula 1 nos la traía floja, o dicho de un modo más fino y agrónomo: nos importaba un pepino. Unos tíos metidos dentro de unos coches que parecían haber sido aplastados por un martillo gigante, dando vueltas y más vueltas (a veces hasta más de 70 de ellas) armando un ruido infernal, nos parecía lo más aburrido de este mundo.

        

¡Ah!, pero un prodigioso día apareció un chico asturiano que, para sorpresa de casi todos, comenzó a ganarles carreras a tipos de otros países con nombres raros, y que además eran muy famosos a nivel mundial, nos sorprendió y entusiasmó locamente.

         

Y ese deporte del motor, hasta entonces ignorado por nosotros, invadió nuestras vidas y comenzamos a tragarnos vueltas y más vueltas de bólidos, y a vibrar, sufrir, animar y disfrutar con las victorias de ese muchachote asturiano, de sonrisa sobrada de dientes que celebraba el haber dejado a sus competidos atrás haciendo con ambas manos “los pajaritos”.

         

Pero, ¡ay, amigos! Desde hace un par de años Ferrari en vez de un coche-rápido, le está sirviendo a nuestro héroe un coche-tortuga y a todos los que le venimos siguiendo fielmente nos ha estado matando el sufrimiento. Pues bien, yo le he hecho una promesa a la mujer que comparte cama y reveses económicos conmigo:

         

Si este año no le dan a este magnífico campeón un coche digno de él, no madrugaremos más y si tú estás receptiva nos quedaremos en la cama practicando esas cositas tan ricas que hacen los enamorados cuando se les eleva el termómetro del amor. Y cuando por fin nos levantemos y desayunemos, en vez de seguir las carreras de Fórmula 1, nos quedaremos tan ricamente jugando con nuestros hijos a la PlayStation.

            

Pues, sí, lo que acabo de decir “ira a misa”, que siempre será preferible acercarse a Dios que no al diablo. Vamos, opino.



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