Única solución: refundar unas Naciones Unidas capaces de establecer un nuevo orden mundial

Es patente el caos en que han desembocado la codicia y las ambiciones hegemónicas de unos cuantos países y la total irresponsabilidad intergeneracional con que han intentado gobernar el mundo. 
Es necesario y apremiante poner en práctica la Carta de las Naciones Unidas y el diseño de cooperación, solidaridad, justicia y libertad para la “igual dignidad de todos los seres humanos”, tan bien establecidos en los “principios democráticos” de la Constitución de la UNESCO. 
Está clara la crisis sistémica –ética, social, política, económica, medioambiental,…- que estamos atravesando y que, como tantas veces he repetido, requiere múltiples transiciones: 
• La transición desde una economía de especulación, deslocalización productiva y guerra a una economía de desarrollo global sostenible y humano. 
• La transición desde una cultura de imposición, dominio, violencia y enfrentamiento a una cultura de encuentro, conversación, conciliación, alianza y paz. 
• Una transición, en suma, de la fuerza a la palabra. 
La Carta de las Naciones Unidas se inicia con un párrafo en el que, insisto, se sintetiza la razón de ser de las Naciones Unidas en 1945 y, hoy mismo, las soluciones que podrían permitir a la humanidad en su conjunto iniciar una “nueva era”: “Nosotros, los pueblos… hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. No se cita a los gobiernos o a los Estados sino a los pueblos, que son quienes deben tener en sus manos las riendas del destino común. Y no se aplica, una vez más, como se ha hecho a través de la historia, el perverso adagio de “Si quieres la paz, prepara la guerra”. Se tiene que “evitar el horror de la guerra”, es decir, se debe construir la paz. Paz en uno mismo, paz en relación a los demás, en relación a nuestro entorno, paz a escala nacional, a escala regional, a escala mundial. Pero el inicio de la Carta nos da otra clave esencial para el mañana: la responsabilidad intergeneracional, el tener en cuenta, como compromiso supremo, según palabras del Presidente Nelson Mandela, a la generación que llega a un paso de la nuestra. Debemos cuidar la habitabilidad de la Tierra, y debemos cuidar también desde un punto de vista conceptual nuestro legado, de tal manera que todos los seres humanos, y no sólo unos cuantos, puedan vivir dignamente. 
El neoliberalismo globalizador sustituyó a las Naciones Unidas por grupos plutocráticos y los valores éticos por los bursátiles, por el mercado. El resultado está a la vista: crisis de toda índole y de gran profundidad, en la que todos los parámetros se agravan, con en efecto, desigualdades inadmisibles -85 personas, según OXFAM, acaparan una riqueza equivalente a la de la mitad de la humanidad (¡!), estimada en 3.300 millones de seres humanos, que sobreviven (o mueren) en condiciones de pobreza extrema-; amenaza nuclear; tráficos supranacionales de drogas, personas, armas…; incumplimiento reiterado de las responsabilidades propias de ciudadanos democráticos, puesto que evaden los impuestos en lugar de procurar comportarse como corresponde a las representaciones fidedignas de la voluntad popular... Hace años, a principios de la década de los ochenta, puse de relieve que la adopción de medidas no podía aplazarse, especialmente en casos de potencial irreversibilidad. Y hoy, de manera particular en todo lo que tiene que ver con los procesos sociales y naturales, en lugar de asumir con criterios socialmente apropiados y con rigor científico la situación, nos dejamos guiar exclusivamente por el cortoplacismo de los beneficios dinerarios. El mercado lo domina todo, mientras que la propia habitabilidad del planeta se deteriora. 
Sólo el poder ciudadano, sólo “Nosotros, los pueblos…” puede ahora terminar con la deplorable situación mundial y esclarecer los sombríos horizontes actuales. 
Los siguientes títulos publicados en los últimos días en un periódico (“El País”) pueden hacernos reaccionar y expresar en un gran clamor popular el rechazo total, la objeción de conciencia y la desobediencia cívica a quienes intentan, a pesar de la severidad de los retos y amenazas que afligen a la humanidad, seguir favoreciendo la pujanza de unos cuantos cuando los muchos ven cómo se van mermando cada día sus necesidades materiales, intelectuales y culturales: 
• “La rebelión laica en Siria se rompe”. 
“Ucrania se hunde en la violencia” y “La represión desencadena una matanza”. 
“Los desmanes de la mayor mina europea de cobre a cielo abierto” (las multinacionales mineras siguen produciendo estragos en el medio ambiente… llenándose los bolsillos y colmando los paraísos fiscales). 
“El negocio del cambio climático. Empresas y fondos apuestan por industrias que se beneficiarán del aumento de las temperaturas. Para los inversores, la clave estará en el agua…”. 
• “Tres años después de la primavera árabe"... (y once años después de la invasión de Irak… en medio del total desconcierto, aunque, eso sí, los yacimientos de petróleo ya están, desaparecidos Sadam Husein y Gadaffi, en manos de los “grandes del poder energético”…) 
“Se ven luces, pero Oriente Próximo no mejora”: es de especial urgencia terminar con la vergüenza del “eterno” conflicto palestino—israelí… sólo, con la autoridad de unas Naciones Unidas dotadas de un apoyo global y de los medios humanos, financieros y técnicos necesarios, podría reorientarse adecuadamente y sin mayor retraso, el futuro de Siria, Egipto… 
“Inflamable” (las noticias que llegan de Ucrania, Tailandia o Venezuela hacen evidente que la historia es una pelea perpetua…). 
“59 años de cárcel para siete acusados de inducir a la prostitución a menores…” (el tráfico y consumo de drogas, inmensamente mortíferos, no se resolverán hasta que se enfrenten, con acciones reguladoras apropiadas, como problemas de orden sanitario y no de seguridad, y dejen de promoverse, por los fabulosos réditos que proporcionan y por la existencia de paraísos fiscales, que nunca desaparecerán porque son los países más ricos de la Tierra, cuya brújula está desquiciada por la ambición, los que los protegen celosamente). 
“Pequeña guerra fría: el contraataque de Bruselas a Suiza intenta contener la escalada populista en Europa”… 
“Justicia Universal, sí, si no afecta al amigo… La presión política y la diplomática se imponen sobre los derechos si los criminales son socios. Prima la geoeconomía”… 
El G-20 promete un plan para acelerar el crecimiento un 2% en cinco años", y "las tensiones por la fragilidad de los emergentes afloran en el G-20" 
Ya ven: “Para muestra, dice el refrán, vale un botón”. Este desolador panorama requiere con gran apremio un Sistema de Naciones Unidas eficaz para toda la humanidad, sin excepciones. El Partido Republicano de los Estados Unidos se opondrá siempre –como lo hizo ya en 1919 con la Sociedad de Naciones- a que la justicia, la seguridad y la paz sean garantizadas por la unión de todos los países, capaces de reaccionar con prontitud y contundencia cuando un país recurra a la violencia, contraviniendo los principios de convivencia democrática. 
Democracia a escala mundial es la solución. 
Por primera vez en la historia, podemos construirla e incorporarla a nuestro comportamiento cotidiano. El tiempo de la obediencia ciudadana y de la sumisión ha terminado. Podemos expresarnos libremente y tenemos que hacer posible la gran inflexión histórica de la oligocracia a la democracia, del bienestar de unos cuantos al bienestar generalizado, donde cada ser humano único pueda desarrollar plenamente las facultades que le distinguen. 
“Nosotros, los pueblos…” tenemos la palabra. Unos cuantos tienen la fuerza. No estemos distraídos ni atemorizados: ha llegado el gran momento, después de tantos siglos de oprobio y sumisión, en que la palabra prevalezca sobre la fuerza.



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