Bochornoso, incomprensible y hasta cínico, el silencio del Gobierno español ante los duros enfrentamiento de la Guardia Nacional Bolivariana y civiles armados del régimen, contra las manifestaciones estudiantiles en la heredad del maestro Andrés Bello.
El amargo balance ha dejado hasta los momentos 8 muertes, 104 heridos y cuatro docenas de detenidos, todos ellos jóvenes y cuyo delito es la protesta a favor de las libertades en un país que ha quedado atrapado en manos de la dictadura chavista de manera aberrante.
Debo añadir que este escribidor cree poseer moral para reprocharle ese silencio al gobierno de Mariano Rajoy. Durante 40 años vividos en Venezuela hemos defendido los intereses de España con ahínco y pasión; una prueba de ello – y se agradece – es haber sido condecorado, a designio de Rey Juan Carlos I, y a bordo del Barco Escuela “Juan Sebastian Elcano” anclado ese día en el puerto caribeño de La Guaira, con la Cruz Oficial de la Orden del Mérito Civil.
Ese es uno de los fundamentos que nos lleva a no entender el mutismo del Gobierno del Partido Popular – igual sordina mantiene la tolda socialista - sobre la situación que atraviesa Venezuela.
La afonía no la puede justificar ni siquiera el deseo de salvaguardar los intereses de las empresas españolas, algunas de ella vapuleadas permanentemente por el régimen, al ser sus industrias y tierras expropiadas sin apego alguno a las leyes.
No se olvide: hombres y mujeres españoles venidos hace muchos años a esta tierra suramericana de gracia, se hallan hoy a la deriva ante un gobierno de corte absolutista.
Días pasados, un grupo de ellos se reunieron intentando sostener la ilusión. Algunos llevaban en las manos hojas secas de albahaca, tomillo, laurel. También ramalazos de sus lejanos promontorios, lugar del que partieron un día con deseo de resistir los vaivenes del alma.
Acudí a reencontrar mi pasado, los días brumosos en que apenas había un lugar para doblar la cabeza y esperar la llegada del alba.
En cierta forma había luchado – torpe y deshilachadamente – contra la dictadura franquista escribiendo en las cuatro páginas del pequeño periódico provinciano. Venció la furia y el terror. Estábamos desnudos de anhelos. Derrotados. Ya no teníamos ni siquiera las palabras
Se emigra a razón de incontables causas, casi siempre en pos de trabajo y libertad.
Las personas, cuando sienten tronchadas sus vivencias cotidianas parten con lo puesto, igual a gaviotas sin destino.
La mayoría, ya en la edad cansina, no podrán irse nunca, se quedarán en Venezuela varados, convertidos en sombras y olvidos quejumbrosos.
La existencia es un drama que alguna vez se cristaliza en sainete o tragedia, y en esa puesta en escena, la emigración sigue siendo un libreto duro de aprender. Posee sabor a salitre y se cobija bajo noches cuajadas de aspavientos abatidos.
Es en nombre de esos hombres y mujeres, valores imperecederos de nuestra trashumancia, que hoy le solicitamos con angustia al Gobierno de España no dejar abandonados a esos miles de estudiantes, muchos de ellos hijos y nietos de la emigración española venida a los surcos, sabanas del Orinoco, litorales, llanos, selvas y cumbres nevadas de Venezuela.