Los dos eran jóvenes y estaban muy buenos. Él la pidió para bailar y ella dijo que sí. Se gustaron inmediatamente. Se echaron risas, guiños y sonrisas mientras bailaban música muy rápida. Eran geniales. Realizaban piruetas extraordinarias. Despertaron tanta admiración entre los asistentes a la disco, que muchos de ellos les hicieron corro acompañando el ritmo desenfrenado con sus entusiastas palmas.
Aguantaron una hora así, sudando a mares y demostrando poseer una resistencia física extraordinaria.
Por fin el DJ decidió que ya había puesto suficiente música frenética y colocó una pieza lenta, romántica, especial para que las parejas se pusieran sentimentales, calientes, excitadas.
La pareja que se había estado exhibiendo comenzó ahora a darse un lote bestial. Llegaron ambos a un punto que necesitaban hacer el amor, como el mártir el martirio para convertirse en santo.
—Vamos a mi coche, vamos a mi coche y te daré lo que tú necesitas desesperadamente recibir, y yo darte —susurró él convertido en volcán a punto de erupción.
—Dime antes que hora eres, por favor —pidió ella jadeante, con la entrepierna en llamas.
—Las doce menos un minuto —respondió él no menos jadeante e incendiado que ella.
La joven, de repente, como si le hubieran insuflado la energía de un cohete espacial, salió disparada hacia la salida.
Él tardó solo un momento en reaccionar de la sorpresa que lo había dejado paralizado debido a la inesperada huida de su pareja. Momento que le bastó a ella para abandonar el establecimiento. Por fin él reaccionó y corrió también en busca de la salida. Llegó a la calle y encontró en mitad de la calzada un zapato femenino. Sólo uno. Entonces lo comprendió todo y exclamo rabioso y decepcionado:
—¡Mierda! Con tantas y tantas tías como hay en el mundo, yo soy tan desgraciado que he ido a dar con la Cenicienta.