Venezuela: país fracturado

Los  venezolanos están confusos al ser la política actual, con honrosas excepciones, el arte de las nulidades. Anda tan enrevesada que se hace harto difícil encontrar en ella un resquicio de mediana sensatez.

 

Antiguos barros han traído estos lodos, y solamente una oblación de moderación y sacrificio de los sectores involucrados de la sociedad podría cicatrizar las heridas, algo arduo en los momentos actuales.

 

 Ante la falta de diálogo entre gobierno y oposición, se debería requerir al Dios del Monte Sinaí, donde comenzó la conciencia del hombre, que dicha esperanza se cumpla, aún a sabiendas de que para ello sería necesaria mucha cordura en los tutores de los destinos de esa tierra de gracia.

 

Venezuela  está al borde de una grave calamidad política, y para entenderlo se deberá mirar a las postrimerías del siglo XIX, volver a releer con espíritu claro y conciso a José Rafael Pocaterra y “Pío Gil” – Pedro María Morantes -  y  entender así los orígenes de estos  sedimentos dictatoriales de hoy.

 

El actual jefe del Estado, Nicolás Maduro, siguiendo el camino del ex teniente coronel, “vivo” en una  estructura de nombre   “Flor de Cuatro Elementos” en el Cuartel de la Montaña -lugar ya sacro y donde el presidente actual acude a media noche a hablar con el difunto y recibir consejos, según sus palabras-, ha dado sobradas pruebas en su año de gobierno de poseer,  igual que su tutor, una ideología apegada a un totalitarismo  hendido y malévolo.

 

 Los pueblos no se hunden ni desaparecen: perennemente se levantan de sus propias cenizas aunque suelen quedar maltrechos y con profundas  angustias en sus entrañas. La Venezuela actual  se halla anclada en esa situación.

 

Los centros universitarios bolivarianos han  formado periodistas como arroz adictos fielmente al régimen. Chávez había visto en Cuba algo sorprendente: el control del éter y el papel impreso. Y Maduro, alumno aventajado aunque con menos carisma,  sigue el mismo camino

 

 El Estado y el régimen – una  dupla -  es dueño de la información mayoritaria. El gobierno bolivariano es el mayor oligarca.  Controla 72  medios impresos bajo el epígrafe de Bloque Bolivariano de Prensa; 159 estaciones de radio comunitarias, a las que se añaden Radio Nacional, Radio Activa y el Circuito YVKA Mundial;  las televisoras  Canal 8, Asamblea Nacional TV, Vive, Tves, Telesur, la televisora de las Fuerzas Armadas  y tres docenas de estaciones  regionales  privadas en manos de gregarios suyos. Nunca, en la historia criolla,  tanto poder informativo estuvo al servicio de un partido político: el chavismo.

 

Albert Speer, ministro de Hitler, tras la derrota del nacionalsocialismo,  analizó   el despotismo nazi  y describió sus métodos: “Fue la primera dictadura  que hizo uso completo de todos los medios  técnicos para la dominación de su propio país. Mediante elementos como la radio, ochenta millones de personas fueron privadas  del pensamiento independiente. Es así como se pudo someterlas  a la voluntad de un hombre”.

 

 Chávez, igual al Führer,  marcó su meta: habló de mantener el poder sin medida,   y la mayoría prefirió no darse  cuenta. Ahora, 15 años después, arduo será recobrar el tiempo corrompido. Tras los sucesos del intento de golpe el 11 de abril de 2002, dijo: “Esto no sucederá nunca más, tendré al país en un puño”.


Nicolás Maduro, el delfín, sigue esa pauta y arremete contras las manifestaciones estudiantiles y medios de comunicación independientes,  con una fuerza tan inusitada que pareciera estar enfrentado a un ejército enemigo, cuando lo jóvenes únicamente lanzan consignas  al aire y los periodistas registran  acontecimientos reales. 



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