Escribimos hoy estas líneas reflexionando sobre lo que está sucediendo en Venezuela y la postura de un gobierno que viene implantando desde hace más de 15 años un sistema político que pisotea los valores más intrínsicos del libre albedrío.
Los gobiernos autócratas pueden prescindir de la libertad; sus ciudadanos jamás desasirse de ella.
Es indudable, aún respiramos. ¿A qué precio? Muy alto. ¿No nos damos cuenta como se van cerrando gradualmente los derechos individuales al ser sustituidos por un amorfo colectivismo?
El usufructuario de la comunicación de masas es el Estado. Sus garfios han ido cortando la expansión mediática hasta reducirla. No ha sido aún escindida totalmente de cuajo - todo se andará - , ya que lo tejido hasta ahora va en concordancia con las reglas del marxismo imperante, las que el presidente Nicolás Maduro se ufana en seguir implantando sin miramiento alguno.
Cuando merman las libertades, toda sociedad va hacia el temido oscurantismo.
Sin la autonomía de pensamiento, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos hallamos donde estamos, en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque seres humanos imbuidos de coraje han abierto hendiduras con sus propias manos para enseñarnos la refulgencia de la emancipación.
En la Declaración de los Derechos Humanos hay cinceladas estas palabras que para muchas naciones son arcilla, simple légamo: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente (...)”.
Docenas de informadores sufren cada año terribles avatares por reflejar los hechos tal como suceden, no como desea el tiranuelo o los grupos de presión de turno. No lo olvidemos: El hombre, para serlo en plenitud, debe ser libre. Cuando existía el Estado totalitario soviético, un soñador dijo: “Llevad la libertad de prensa a Moscú, y mañana Rusia será una república libre”.
No tardó en ser verdad, ya que al leer los archivos literarios de la KGB, desempolvados por Vitali Chentalinski, lo sucedido es de pavor.
Esa es la raíz de escribir con insistencia sobre los principios de la libertad. El reto de las nuevas generaciones de ciudadanos en la tierra de Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Andrés Bello, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, es cada día mayor, no sólo desde el punto de vista de una concepción moderna de la vida, sino al tener que enfrentar la compleja situación social, económica y política que padece actualmente Venezuela.
Nadie es una isla, decía el clérigo inglés John Donne, “y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.” Es decir por todos.
Partiendo de la noche de los tiempos, dialogar, pensar, escribir, siempre ha sido un anatema, aunque nunca en la forma refinada de los tiempos actuales, cuando uno creía que la civilización había llegado al cenit de su apogeo y los sueños humanos florecerían fusionados a la potestad individual.
Actualmente Venezuela sufre, se desangra, y en medio de esa cognición, la juventud estudiantil del país, como siempre ha sido a lo largo de la historia reciente de la nación, está dando muestras de su valor, coraje y sueños.
Las esperanzas aún se sostienen.