Ha comenzado la cuenta atrás. Quedan cien días para que los ciudadanos de la UE, de los 28 países que la integran, con derecho a voto, se acerquen a las urnas el 25 de Mayo, para elegir mediante votación directa a 766 eurodiputados, de ellos 54 españoles, para el Parlamente Europeo y durante una legislatura que se prolongará hasta el año 2019.
Salvo en las interioridades de los partidos políticos , que consideran este proceso electoral como una muestra respecto a sus oportunidades de toma del poder nacional y , si acaso, como un ejercicio de ajuste de sus respectivos cuadros, lo cierto es que desde los electores, entorno a los 400 millones, es manifiesto el escaso interés por acudir a las urnas y el despego a las instituciones comunitarias.
Sin embargo, en esta ocasión, habría que esperar una mayor participación, ya que por primera vez el Parlamento Europeo va a ser un auténtico colegislador, con capacidad de decisión sobre la política económica y social de la UE y el propio Presidente de la Comunidad Europea tendrá que ser nombrado por la mayoría el Parlamento.
La crisis que sigue dominando a Europa , ha elevado los índices de euroescepticismo, e incluso de eurofobia, ya de por sí muy altos. Tal es el caso de España que en las últimas elecciones europeas solo ofreció un 44% de participación y que actualmente da un índice de desconfianza hacia la UE del 72% frente a un 55% de la media europea.
Es evidente que la crisis y los ajustes están pasando factura a las políticas e instituciones comunitarias y que la UE debe revisar a fondo su política de encorsetar el déficit presupuestario y deuda pública. Aunque los respectivos parlamentos nacionales hayan aprobado los duros ajustes , el precio social ha sido excesivo y no debe extrañarse de que aumente la opción de salvar lo nacional frente a las requisitorias europeas.
La Comisión, Angela Merkel, el BCE y el FMI, tienen una gran responsabilidad en que la crisis haya maltratado especialmente a las clases más débiles, mientras que bancos y grandes empresas se salvaron gracias a las ayudas del Estado y a las reducciones de salarios y empleos. Al menos esa es la percepción más extendida entre las gentes.
Con estos planteamientos hasta los partidos más serios se ven infiltrados por nacionalismos insolidarios y xenófobos, con un repunte de los radicalismos, de extrema derecha e izquierda. En Francia el Frente Nacional tiene un ascenso imparable por el voto de las clases más castigadas. Lo mismo ocurre en Holanda, patrocinando la salida de la UE, al igual que en Gran Bretaña con los votantes del UKIP.
La situación es tan problemática que sería una insensatez dejarse arrastrar por la simple crítica a la troika en lugar de afrontar nuevas alternativas, en clave europea, a las actuales políticas económicas y sociales. Ha llegado la hora de revisar muchas de las “recomendaciones” que vienen desde Bruselas, referentes a controles presupuestarios, salarios, sanidad ,mercados , pensiones y otras que luego los Gobiernos han incorporado .
La UE necesita renovarse, mayor austeridad y sobre todo más sensibilidad con respecto a las gentes si se quiere que recuperen alguna confianza en ella.
Estos días comenzará la campaña de las elecciones y está por ver, si una vez más, los partidos repetirán sus mensajes de fórmulas mesiánicas, tanto de procedencia neoliberal como de plataformas fantasmas o de los que buscan alianzas para aventuras soberanistas y xenófobas, Tampoco estaría mal que a los nuevos eurodiputados se les aplicase un correctivo de austeridad a sus retribuciones y “status”,conforme con una UE más pobre.