No deja de ser una nueva modalidad de esquela, esa que vemos en estos tiempos en la prensa, cuando se nos avisa de que una nueva empresa va a cerrar su actividad en nuestra tierra. Son muchas, demasiadas, las que han dado pie a ese triste titular. No podemos acostumbrarnos a una rutina que cercena la vida de personas y familias, penalizando con el paro laboral a quienes perdiendo su puesto de trabajo se les impone una situación de desamparo e incertidumbre con enormes consecuencias económicas, psicológicas y sociales. Conocemos no pocas historias de cómo quedan tocadas y hundidas tantas personas en su dignidad y en su horizonte vital, cómo esto afecta de tantos modos a su núcleo familiar. Las conocemos porque la Iglesia tiene una puerta a la que no dejan de llamar quienes cansados o heridos por portazos y cerrazones, vienen a tocar la aldaba de la comunidad cristiana buscando ayuda en todos los sentidos. Sabemos qué decimos.
Podríamos ir enumerando los nombres de empresas y colectivos que han sido a un tiempo objeto agente y sujeto paciente de una tragedia que factura esta malhadada crisis que tantas cosas se está llevando por delante. No se trata de una simplona circunstancia donde las empresas son las malas malísimas, y los trabajadores sus inocentes víctimas. Justo por la complejidad de esta situación desgraciada, todos pierden algo o mucho, pero no todos pierden lo mismo. El trabajador y su familia, son los que más malparados salen en medio de este desatino.
Por eso quiero públicamente solidarizarme con las empresas y con los trabajadores, que tras muchos y sinceros esfuerzos por reflotar una situación difícil, se encuentran en la tesitura de tener que cerrar dando origen a perder puestos de trabajo. Algunos, recientemente, han venido a visitarme y daremos noticia de ello concretamente. Porque hay situaciones en las que no simplemente cabe lamentar esta deriva por una especie de maldito empujón anónimo y sin remite conocido, sino también esas situaciones en las que se añade un factor de incomprensión que termina por perseguir de tantos modos a quienes legítimamente tratan de encontrar salida a esta dura realidad de haber perdido el trabajo en una edad en la que ya no cabe remedio ni existen garantías.
La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) indica cómo el conflicto entre capital y trabajo «presenta aspectos nuevos y más preocupantes: los avances científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad» (Comp. DSI, 279).
Es el motivo por el que el Papa Francisco señala que «el trabajo nos llena de dignidad. Nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja; da la capacidad de mantenerse a sí mismos, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación. Pienso en las dificultades que encuentra hoy el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuantos están desempleados, muchas veces debido a una concepción economicista de la sociedad que busca el provecho egoísta, más allá de la justicia social. Deseo dirigir a todos la invitación a la solidaridad y a los responsables de la cosa pública la exhortación a que realicen todo esfuerzo para dar nuevo impulso a la ocupación; ello significa preocuparse por la dignidad de la persona».
Nuestra comunidad cristiana acoge y acompaña a estos hermanos que sufren la lacra del desempleo, y alza su voz cuando la de ellos se censura con amenazas injustas desde la prepotencia insolidaria. Esto clama al cielo y nosotros no queremos permanecer indiferentes.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo