La Infanta Cristina se vio obligada a coger unos días de vacaciones con el fin de preparar concienzudamente, junto con sus abogados, su comparecencia de ayer en los juzgados de Palma de Mallorca ante el juez Castro. Si es verdad lo que declararon los abogados de la acusación particular -que no pudieron formular una sola pregunta- en el sentido de que un 90% de las preguntas realizadas, tanto por el juez como por el fiscal, fueron contestadas por la Infanta con un "sí" o un "no" o un "no recuerdo", sin otras aclaraciones complementarias, estarímos ante un caso más de esta marabunta que recorre España con claros síntomas epidemiológicos de idiotez y pérdida temporal e interesada de memoria entre los miles de imputados y presuntos corruptos -muchos ya no tan presuntos- pertenecientes a las altas esferas políticas, sindicales, financieras y demás noblezas españolas.
La hija del Rey, en lugar de "hacer el paseillo" bajando la rampa de los imputados, fue a Palma, lo sabremos en los próximos días con certeza, como de paseo. Tiene a favor al presidente del Gobierno, tiene a favor al ministro de Justicia y tiene a favor hasta el fiscal del caso. Ayer, tristemente (porque está muy enamorada y no se entera de nada) mientras esgrimía su endeble memoria tenía tiempo para colocarse un salvavidas antes de tirar a su marido, Iñaki Urdangarín, atado a un plomo por la borda.