Así comenzó todo (El golpe de Chávez)

La Venezuela de ahora mismo, el  drama social  y político que la clavetea actualmente, viene de las consecuencias de aquel 4 de febrero de 1992 cuando se alzó en armas Hugo Chávez Frías. Desde ese día, una sacudida de despropósitos y un peregrino socialismo llamado “del siglo XXI”, marcó de manera hiriente a una nación cuyos sueños y expectativas se vieron hechos añicos.

 

En la medianoche de esa fecha, Caracas se sobresaltó ante los inesperados eventos que estaban teniendo lugar cerca del Palacio Presidencial de Miraflores, en las instalaciones de la Guardia de Honor Militar y en la residencia de La Casona, lugar de habitación de la familia del entonces jefe de Estado, Carlos Andrés Pérez.

 

Los  alzados  controlaban Maracay, el centro castrense más importante del país, y  Maracaibo, la capital del estado Zulia, colindante con Colombia y epicentro de la reserva petrolera.

 

  En ese momento se supo del comandante de Paracaidistas  Hugo Chávez,  un hombre del llano barinés imbuido en los preceptos de un Simón Bolívar  que en él prendieron con un fervor paranoico.

 

 A 22 años del suceso, Venezuela  sigue sobresaltada y el mundo entero hablando un día sí y otro también de ese  militar muerto hace unos meses de una grave enfermedad que nadie hasta ahora conoce, cuya frase enigmática  pronunciada tras su detención,  “Por ahora”, fue causa y efecto de una revolución bolivariana en la mente de un exaltado al que nadie  puede negarle  su madera de líder enraizado  en sus quimeras de histrión teatral.

 

Desde el primer día – ya en la presidencia de la República - ese adalid emblemático de la izquierda insurgente latinoamericana, fue, y sigue siendo  aún fallecido,  ramalazo de cabeza para Washington, manteniendo su legado fidelista, al que el revolucionario habanero llamaba “mi hijo político”.

 

 Un hombre que perdería por aquellos sucesos el poder a los pocos meses y el bagaje político de una vida, Carlos Andrés Pérez – dos veces presidente de la nación -,  fallecido  mientras rumiaba su soledad en un pequeño apartamento de Nueva York  viviendo de la ayuda de un minúsculo grupo de amigos, tuvo, hasta su último aliento, un desprecio  nauseabundo  contra Chávez.

 

 Unos pocos meses antes de su expiración, en un libro- entrevista que le hicimos titulado “CAP, el hombre de la Ahumada”, nos expresó con pesadumbre:  

 

“A  años de aquella hecatombe que desangró un país y dejó la más grande división  de su historia, ese militarucho no significa nada para mí, pero el suceso fue sumamente grave,  supuso un punto  de inflexión en la situación política venezolana, cometiendo yo el error de no darle la importancia que tenía, y en lugar de haber tomado medidas muy severas, nombré a un Consejo Consultivo y me sometí a sus dictados.”

 

El diálogo siguió entre derroteros políticos:

 

- ¿Usted no tuvo ninguna información previa de lo que se estaba fraguando?

 

-  No. Fue la consecuencia de un fallo de seguridad. De eso no hay la menor duda, un error tremendo. Y lo más grave: el jefe del Ejército sabía algunas cosas; el de la Aviación otras, pero no había ninguna coordinación.

 

- …  y la persona menos enterada en ese momento era usted.

 

-  Exacto.

 

- Chávez repitió hasta el cansancio que no le querían asesinar.

 

-  Eso es absurdo. La decisión era clara: fusilarme.

 

- La medida del presidente Rafael Caldera sacándolo de la cárcel de Yare y colocándolo en la diatriba política, antes de juzgarlo, ¿fue un  error?

 

- Más que un desliz grave, fue un hecho incalificable desde el punto de vista democrático. Se debió juzgar a los insurrectos, condenarlos, y después, darles el indulto, aunque hoy Chávez, teniendo  presos políticos no actúa con nobleza. Le falta honor e  hidalguía castrense.

 

 Lo hemos dicho: en la actualidad los tiempos son otros y la vida de Venezuela también. El desaparecido  Hugo Chávez llegó al poder a razón de  las urnas,  ganó cinco consultas;  fue un portento político,  pero jamás gobernó con los votos, sino con las botas. Controló cada resorte  del poder con mano de hierro.

 

Su actual delfín – nombrado a dedo – Nicolás Maduro, menos diestro en el gobierno, nulo en el conocimiento de los vaivenes gubernamentales, tan exaltado como Hugo y a su vez menos competente, sigue llevando a Venezuela a un callejón sin salida, hacia un despeñadero cuyas consecuencias serán – si no hay urgente cambio de vías -  catastróficas e impensables.  

 

La economía se halla al mínimo de su fuerza; la inflación es una de las más altas del mundo; los alimentos de primera necesidad al punto de explosionar al estar las estanterías vacías; el campo industrial en los suelos; la inseguridad con sus homicidios  a niveles espeluznantes;  las libertades ciudadanas confiscadas, los medios informativos no adictos al régimen ahogados – los periódicos ya no tienen papel -,  mientras un gabinete ministerial, integrado con personas nulas en los conocimientos de las respectivas carteras y cuya valía más subrayada es la fidelidad al régimen, hacen una gelatina gubernamental putrefacta.

 

No importa, dice el chavismo: “Tenemos Patria”. 


Sí: patria, muerte y hambre



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