Jotas y equis

Cuando era niño,  las arrebatadas y fantasiosas aventuras del Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero Sancho, me aburrían soberanamente. Aquel añejo castellano cercano a Juan de Herrera, Garcilaso de la Vega, Gutierre de Cetina  - “Ojos claros, serenos / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿Por qué, si me miráis, miráis airados?” -, era enredoso en demasía, retorcido, porfiado y muy cetrino, al ser las haches cristianizadas en efes, las jotas revestidas de equis, y todo por cuenta y barruntos de la lengua cervantina.

 

Ya de joven leí otras cosas sin orden ni sentido, entre ellas un libro, hoy arrinconado en algún lugar de la biblioteca y que esta pasada noche intenté encontrar con el deseo de saber  si aún nos seguía azorando.

 

 “El amor, las mujeres y la muerte” de Schopenhauer me dejó heridas, dudas y miedos tan profundos, que en cierta forma aún hoy soy hijo de un infrecuente desespero.

 

Ahora, en la empinada cuesta del ser y el hallarse, vuelvo los ojos, como Quevedo, a los predios de nuestras soledades, y regreso a las páginas de Cervantes con la ansiedad del marino sin puerto o el lobo estepario al encuentro de la madriguera cuando ya las nieves de la existencia cubren la llanura del alma de negrura, silencio y brisa cortante.

 

¿Era Don Quijote loco o cuerdo? Dilema perenne desde el alba de los tiempos.

 

Alguien dirá que ambas cosas, y el clásico lo dejó zanjado en un santiamén cuando afirmó: “De cuerdos y locos todo tenemos un poco”.

 

Un crítico literario, Harold Bloom, maestro en el arte de escudriñar páginas y cuyo único dios es Shakespeare, e Iván Serguéievich Turguéniev - el ruso seguidor de Gógol, Pushkin, Lérmontov y en algunos aspectos, como en los cuentos, mejor que todos ellos-, están unidos por ser ermitaños en el baptisterio de don Quijote.

 

El primero, profesor e de Humanidades en la universidad de Yale, mientras el ruso - sepultado en París según creo, pues lo digo por saber que   murió en 1883 en Bougival- han hecho dos ensayos cortos  excelentes sobre el personaje de Miguel de Cervantes Saavedra.

 

El primero se halla en el libro “Cómo leer y por qué”, y allí Bloom, igual que hace con todo, realiza una exquisita comparación entre el hidalgo y Shakespeare.
Turguéniev, por su parte, en unas cuartillas autobiográficas, crea una pieza admirable sobre “Hamlet y Don Quijote”.


Si leemos los dos trabajos de manera  recíproca nos abrirán  sorprendentes  ideas y nos harán conocer mejor  a Alonso Quijano, ese personaje tan nuestro como la propia esencia de la condición hispana, y profundamente  atiborrado  del espíritu quijotesco



Dejar un comentario

captcha